Vuelve mi alumno Jose Antonio de visitar a su padre, que trabaja en Italia, y me trae el encarguito que le pedí, de sopetón y a última hora: un par de tebeos de Dylan Dog y de Martin Mystere (tampoco era cuestión de cargarlo al hombre con montones y montones de libros de cómics).
Y me los ha traído, naturalmente, y aquí estoy, hojeando y ojeando los dos libritos de tan singulares personajes, maldiciendo en mala hora el momento en que desaparecieron de nuestros kioscos, porque no se les dio la oportunidad, y envidiando el estado de la industria de la historieta en ese país vecino que, dicen, es tan parecido al nuestro.
Lo que más me molesta de todo, lo que más admiro, es el precio irrisorio de los dos tebeos en cuestión: 2,30 . Sí, han leído ustedes bien: dos coma treinta euros. Al cambio antiguo, 383 pesetas por (pásmense), 98 páginas de lectura en blanco y negro (y con páginas de unas seis viñetas de promedio). Qué envidia. Qué lástima no ser, para según qué cosas, italiano.
Porque serán tebeos de consumo, vale. Pero el estado de su industria editorial les permite sacar mensualmente historias de esos personajes (y de otros muchos personajes, ahí tienen ustedes a Tex, o a Zagor, o a tantos otros) para un público que los lee y los espera y, aunque experto en sus vicisitudes y anécdotas, no necesita ser doctorado cum laude en continuidades y avatares, porque las historias empiezan y terminan: cada uno de estos fumetti suele ser autoconclusivo, y pueden interesar tanto al lector casual como al lector fiel de toda la vida.
Qué envidia, joder. Qué pena de personajes nuestros que hemos matado o no hemos sabido parir desde el año ochenta para acá. Qué industria (ja) la nuestra, tan mojigata, tan estúpida, tan vendida a una sola forma de hacer cómics, y ni siquiera la más inteligente ni la más interesante. Qué deformación como lectores tienen todos aquellos que empezaron en esto allá, ya digo, por los años ochenta, los que no han leído tebeos más allá de los superhombres marvelianos o los superhombres decé. Qué lástima.
Se intenta de vez en cuando, pero sin mucho énfasis, presentar en España esos personajes italianos. Y se fracasa, claro, cuando se les cambia el formato y lo popular de su propuesta, cuando se recurre (como en el reciente caso de Tex) a historias tan antiguas que, sin el factor nostálgico, ni siquiera pueden interesar a aquellos a quienes nos interesa que se produzca de una maldita vez un cambio en los intereses del mercado.
Los tebeos italianos tienen, además, memoria de sí mismos: se reeditan de continuo, se seleccionan las mejores historias, se vuelven a publicar a mayor formato... y siempre a precios asquerosamente baratos. Uno desea de todo corazón que, con eso de la moneda única, a alguien en Bonelli le de por hacer ediciones conjuntas en varios idiomas (entre ellos, claro, el nuestro), y podamos tenerlos aquí. Vale que lo mismo no serían esos dos coma treinta euros (por aquello de los aranceles y las aduanas y esas estupideces de los mapas impuestos), pero lo mismo una edición conjunta, al ser más grande, permitiría no desviarse demasiado de ese objetivo. Sueño, claro. Sé que sueño.
Una industria que crea personajes propios que no lanzan rayos por las orejas, ni vuelan, ni resucitan, ni se visten con ropa apretada que les tiene por fuerza que hacer daño en las gonadillas. Y que tiene a un grupo de escritores y dibujantes, mes a mes, sin falta, trabajando honradamente para ganarse su pan, en su casa.
Qué envidia, joder, qué envidia.
Comentarios (29)
Categorías: Historieta Comic Tebeo Novela grafica