Se terminó hace un par de días la serie Sex and the City, conocida entre nosotros como Sexo en Nueva York, la desvergonzada y simpática puesta al día de las historias de chicas casaderas, Mujercitas pasada por el women?s lib y las ganas de divertirse en eso que suele ser tan divertido y tan complicado, el sexo y las relaciones afectivas que lleva consigo.
Ha sido una serie divertida, descacharrante en ocasiones, una isla de independencia en una sociedad que nos venden como mojigata. Imagino, claro, que dado el tema central de las historias y lo poco pudoroso de los diálogos, se tratará de una serie por cable (a fin de cuentas, salvo algún intento esporádico y fallido de emitirla en abierto, aquí es una serie de satélite). Woody Allen si fuera mujer, en muchos momentos, es Carrie, la bella judía moderna, progre, incontrolable e incontrolada que interpreta con gran acierto Sarah Jessica Parker: la Gran Manzana está siempre al fondo, hermosa y pinturera... o al menos la Gran Manzana donde se mueven las cuatro protagonistas, la Gran Manzana de solteronas que quieren actuar como actúan los hombres y se pierden continuamente entre zapatos manolo y bolsos gucci y antros de moda donde no sirven recomendaciones y platos exóticos y novios a cual más rarito. No es extraño que la película American Psycho pareciera, en tantos momentos, una versión gore (y masculina) de las aventuras de estas cuatro pijas de Manhattan.
Es divertido, siendo hombre, ver cómo ven las mujeres a los hombres. Uno en el fondo no cree que seamos tan diferentes (o, por los menos, que al escribir seamos tan diferentes), pero sí que es cierto que los episodios que cuentan con guión y dirección femeninas parecen más redondos, más auténticos.
Pornolalia televisiva, en muchos momentos, inevitable por el tema (y lástima que sólo Kim Catrall tuviera en contrato enseñar algo de carne), una lúcida reflexión sobre el momento que, imagino, tendría que pagar el precio del once de septiembre y el efecto que sobre esa sociedad de bon vivants de clase alta y profesional tuvo el mazazo de las Torres Gemelas.
Cierto que, tras la segunda temporada, la serie se convierte en un folletín o la parodia de un folletín: prefiero los principios, cuando la profesión de Carrie Bradshaw la lleva a reflexionar con acierto sobre multitud de temas, antes de que la personalidad de cada una de las cuatro muchachitas-pero-menos arrastrara a sus personajes a peripecias sentimentales y sexuales propias. Aquí debe de salir en unos días la cuarta temporada en dvd, me parece, y no estoy seguro, perdido en las contraprogramaciones, de hasta dónde he visto en mi tele de domingo.
La noticia terrible es que se prepara o preparaba una versión española. No me imagino, de verdad, a las cuatro actrices de siempre jurando por Snoopy y por el pin de su móvil, ni a los tres jovenzuelos salidos de la clase o la academia de marras intentando dar el glamour del señor Biggs, pero seguro que están tan faltos de ideas que lo intentan.
Y es que los reflejos del momento que uno vive no se imponen ni se copian: salen, como decía Serrat, tal com raja. O sea, de dentro muy dentro. De las vísceras. O los ovarios, que viene a ser lo mismo, y es el caso.
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