Al hilo de lo que estamos comentando: ¿Merece, de verdad, la pena? Cada generación tiene sus referentes y sus mitos para andar por la vida, y en más ocasiones de las que quizá sería conveniente esos mitos no solo no dicen nada a las generaciones que las siguen, sino que parecen ridículos, fuera de onda, un puro desatino para los ojos y los oídos de los más jóvenes.
El tiempo, claro, se encarga de poner las cosas en su sitio. El tiempo es el juez más injusto y a la vez más implacable que existe: todo cae, tarde o temprano, a su paso. Los mitos de nuestra infancia, nuesta adolescencia (y, por qué no reconocerlo, también de nuestra edad adulta) acaban por ser devorados en la imposibilidad de percibirlos como fueron, tal como se presentaron a un público que, posiblemente, tampoco les exigiera mucho.
Pasa en la literatura, en la música, en el arte. Pasa con las mujeres más hermosas que en el mundo han sido (y conviene recordar, siempre, "La balada de las damas de antaño" de Villon). Y pasa, naturalmente, con los cómics.
Los héroes de nuestros tebeos, reconozcámoslo, tuvieron un origen neblinoso, apresurado, hechos para salir del paso y al socaire de otros héroes de ese mismo medio o de otros medios. Naturalmente, arrastraron nuestros sueños y nos encadenaron para siempre a su estela romántica y aventurera. Todavía los recordamos, en la mayor parte de los casos, a pesar de los análisis objetivos que podamos querer aplicarles, confundiendo en ellos calidad con nostalgia, búsqueda de valores con la búsqueda de nuestra juventud eternamente extraviada entre sus páginas.
Tuvieron un ciclo: nacieron, crecieron, murieron. Como usted y como yo, como el ciclo del agua misma. Muchos de ellos desaparecieron sin dejar rastro: a otros todavía se les anhela. Las causas son múltiples, engarfiadas unas con otras, en comandita (en complú, como decimos aquí abajo) para hacerlos desaparecer del mapa: la televisión, la eclosión de la música, los videojuegos luego, las gameboys, los cedés, los toques al móvil, las movidas.
Se perdieron esos héroes y las generaciones de luego se buscaron (o no) otros referentes más mundanos y menos heroicos: cada cual tiene derecho a elegir mejor tocar chicha que cultivar sus sueños. No todo el mundo puede cazar al vuelo un halcón de oro negro robado de Malta.
Hemos hablado de recuperar aquellos héroes, de lavarles la cara, de presentarlos de nuevo a un público nuevo. Y la pregunta, claro, es si merece la pena. Creo que no. Creo que ya es demasiado tarde. Las desventajas son tan grandes que no creo que para ese camino aventurero tengamos siquiera que preparar las alforjas.
Porque el tebeo ya no engancha a los lectores más jóvenes. Porque la competencia de otros tebeos pret-a-porter venidos de fuera es tremebunda. Porque sin un desembolso económico fuerte (¿y quién lo hace?) no habrá nadie que nos rescate de las catacumbas. Porque no se cultivan dibujantes de aquí dentro para el público de aquí dentro, sino mercenarios que tienen que alquilarse (a mucha honra) para los públicos de fuera (que luego serán, también, los públicos nuestros). Porque, además, la comparación será siempre odiosa: Remozar al Guerrero del Antifaz, al Inspector Dan, a Trueno o al Jabato, ¿de qué serviría sino para crear un nuevo mito descafeinado que tampoco podría, pasados los años, superar el paso del tiempo? ¿A qué público iría dirigido ese remake? ¿Al público de ahora, que ya sabemos que no le interesa? ¿Al público de antes, que con toda la razón será purista y no querrá que se cambie una coma, una motivación, un personaje, una historia?
Vale, es posible que se hicieran historias más cultivadas, más centradas en su momento real, más adultas. Pero a lo mejor, no sé, si se hicieran, serían también más aburridas, menos trepidantes, sin la pureza ingenua que tuvieron cuando fueron lo que esos personajes fueron.
Habría, en todo caso, que buscar mitos y referentes nuevos para la gente de ahora: caballeros de altos ideales, héroes nobles con códigos de honor y conductas admirables, paladines de la justicia y la verdad, y la sinceridad y la cultura.
No solo hablo de tebeos, naturalmente. Ese es el gran reto, la cultura, que tendría que intentar cualquier sistema de gobierno que se considere a sí mismo una democracia.
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