Cada vez estoy más convencido de que no vivo en este país. Diría que hay épocas en que me siento marciano si no fuera porque precisamente porque este país es como es y una de las cosas que me hacen no sentir de aquí es precisamente esa lexicalización del término.
Pero me estoy quedando sin referentes aquí dentro. Ya no hay políticos a quienes seguir con atención y reverencia, si alguna vez los hubo. No existe una clase intelectual o, simplemente, cultural a quien tener en cuenta a ver qué dicen o piensan, si es que desde Ortega ha habido alguno. Y lo más terrible es que la clase artística ha dejado de existir y ahora subsisten quienes susbisten a base de echarle morro al asunto y timar por igual a los adolescentes y a las viejas.
No sé quién es Fresita, por ejemplo. Hace siglos que me desconecté de las series españolas de humor y adaptación a la falta de memoria de ahora de los conceptos clásicos y manidos de la televisión yanqui que tanto despotrican quienes no saben hacer otra cosa. No soy capaz de diferenciar entre grito y grito a un actor de una pelandusca, a un vividor sin donaire de un timador con gracia y talento: antes ser un chulángano tenía hasta su arte, ahora todo se basa en la bazofia. Distingo a duras penas a los dos señores (por decir algo) Matamoros, más allá de lo justo para pensar que si tuvieran algo de talento ambos los dos harían un buen papel interpretando a Lex Luthor.
No me identifico con el ocio de este país nuestro, ni con sus políticos, ni con sus famosos, ni con sus televisiones ni sus películas. De siempre he preferido las literaturas de fuera a las literaturas de dentro (sólo he oído a Umbral decir, con dos cojones, aquello de que Machado se murió de aburrimiento), y mis chavales se encocoran de pura emoción cuando les digo que vale, mucho Cela, pero que sin Dublineses y James Joyce a ver de dónde habría sacado la inspiración el insigne gallego.
La estulticia nos domina, nos ha vencido la batalla. Antes yo era raro porque pensaba diferente y ahora soy raro porque los diferentes no piensan. Reivindico el sentido crítico, el derecho al pataleo, el cambiar de canal, el negarme en redondo a seguir con el juego estúpido de las cadenas y las revistas, del mariposeo y el petardeo, del politiqueo y el escaqueo.
He tenido que buscarme el ocio fuera: en la red, en deuvedés que me cuestan una pasta, en programaciones de televisión que es, más que a la carta, a la tarjeta de crédito. Tengo entonces el problema de que me falta gente con quien comentar la jugada: si hablo de Josh Lymann o de John Sheridan no me entiende nadie en cien teléfonos a la redonda.
Me siento un apátrida cultural. Un desclasado de clase media con un poquito de cultura general y vergüenza ajena y propia.
Y cada vez me pasa más. No soy de este país. Estoy de paso. Sólo parece que existo cuando me toca hacer la declaración de hacienda.
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