La mía. Pasamos anoche un ratito agradable en el encuentro de las Presencias Literarias que organiza la sección de Extensión Universitaria de la Universidad de Cádiz. Llevan unos cuantos años ya, por ahí han pasado un buen montón de escritores de todo tipo y anoche me tocó a mí, la primera vez que se reconoce en la institución que existe la fantasía y la ciencia ficción y que no hay que mirarla por encima del hombro.
Me presentó, con muy buen acierto y mucho cariño, Félix J. Palma, con quien tantas cosas me unen y al que envidio tanto ese valor que tiene al haber decidido hacer de la literatura su oficio full time, cosa que yo no he podido ni he sabido ni he querido ni he tenido la valentía de plantearme siquiera. Había unas treinta o cuarenta personas en la sala: los capitostes políticos (que estuvieron el tiempo suficiente para hacerse la foto y marcharse), algunos amigos de toda la vida (Angel Torres Quesada, Juan Estela, Antonio Anasagasti), alumnos de la Universidad (alguno de ellos ex-alumno mío ya), unos cuantos alumnos de este año, algún curioso, algún interesado casual, y una docena larga de señoras de la tercera edad que me rieron las gracias y se comportaron con esa ternura exquisita de la que suelen hacer gala en este tipo de actos: como si yo fuera su nieto o su hijo. Era flipante ver cómo se reían cuando yo hablaba de detalles literarios de mi obra, o de aspectos de la literatura de ciencia ficción en plan tongue-in-cheek, y hasta tomaban apuntes de lo que iba diciendo.
Félix, ya digo, hizo una presentación hermosa y sentida, de esas que te llegan al alma y además te inflan el ego. Si puedo, se la pido para colgarla aquí. Y luego iniciamos un toma y daca de preguntas y respuestas donde, lo natural, acabé escapándome por la tangente y hablando de cualquier cosa sobre la marcha. Es lo que tiene que te pregunten por lo que escribes: te obligas a hacer una reflexión a vuelapluma sobre cosas que, a lo mejor, ni siquiera te has planteado antes, y quedas como un señor que lo tiene todo muy claro (cuando no es así, ni de lejos), o como un pedantillo, o como un graciosete, o como un chaval simpático que tiene labia. Como soy todas esas cosas y alguna más, creo que cumplimos bastante bien con el protocolo, y me gustó que mis alumnos (eran poquitos porque no quise jorobarles una excursión a Sevilla el mismo día) me vieran en otra faceta distinta a la que me conocen en el día a día.
Al final, cumpliendo un rito que me pareció genial, tuve que firmar un carnecito que tienen los estudiantes que siguen esos actos, y que les vale a cambio de créditos y horas de clase. Si yo tenía dudas a la hora de pinchar a mis chavales con un punto en la evaluación si asisten a recitales, presentaciones o actos literarios, esta decisión de la UCA me ha resuelto las dudas. Porque, insisto (y no creo que me mintieran) mis niños y niñas se lo pasaron muy bien. Casi tanto como las ancianitas que compraron mi libro y me dijeron que les recordaba, ay, a Fernando Quiñones. Qué más quisiera.
Acabamos la velada cenando Félix, María Jesús Ruiz y yo en El Faro. Como no tengo móvil con fotos, ni sé colgar nada sin enlace, y además tampoco es plan imitar-chinchar a Pedro Jorge, no les voy a poner los dientes largos con lo mucho y bueno que cenamos anoche.
Que no solo de letras vive el hombre.
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