Me caigo de sueño. Son las ocho y media de la mañana. Tengo el salón que parece que ha entrado la CIA a hacer un registro descarado, como si me hubieran saqueado todo lo que había, salvo que ahora hay más cosas que antes.
Laura se despertó a las cinco y media. Papá, pipí. ¿Han venido ya los reyes? No, todavía no.
Se volvió a despertar a las siete. Y a las siete y media Daniel pegó el primer grito: Me quiero levantar. Hemos conseguido aguantarlos en la cama hasta las ocho.
Tengo sueño. Hasta las tantas colocando cositas en su sitio, envolviendo paquetones (mi mujer) y soplando globos (yo). Y luego el madrugón, y dentro de un par de horas a ir de peregrinación a casa de las abuelas y los tíos.
Cuánta razón tenía el sabio papá de Mafalda (o el no menos sabio Quino, que hablaba por su bocadillo): En este día uno se siente como un terrorista de la felicidad.
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