¿Hay algo más aburrido que la tele en Navidad? ¿Dónde están aquellas lejanísimas sesiones de cada tarde de mi infancia, cuando nos largaban horas y horas de pelis de aventuras de serie b con Ivonne de Carlo y el remedo de Errol Flynn de turno, las historias de las mil y una noches con príncipes, serrallos, espadas torcidas que se torcían al chocar y chicas despampanantes que según qué película eran malas o eran buenas?
Y no solo eso: ¿por qué son tan reiterativos los anuncios de Navidad? ¿Por qué son tan peñazos? Los anuncios de juguetes, lo sabemos, son mentira, lo descubrimos ya de pequeñitos: ni todos los soldados del mundo de Comansi traían todos los soldados, ni los coches del repelente Santi Rico eran así de grandes, ni ahora los tragabolas y demás jueguecitos chorra duran más que el día de reyes, porque son frágiles y están hechos no sé si en Taiwan, pero sí de papel de fumar. Y los anuncios para mayores... qué cruz, oigan. Llega la Navidad y ya no se anuncia, qué sé yo, ni el Ariel Instamatic ni los seguros esos del teléfono rojo: todo-todito todo son champanes (perdón, cavas), y colonias.
¿Hay algo más aburrido, más sobreexpuesto a la noticia mediática sin tener razón de ser que los anuncios de Freixenet? Venga burbujita por aquí, venga maciza por allá, venga frase torpe que dicen mal hasta quienes son de aquí... No comprendo por qué se gastan tantos euros en un sopor semejante. Podrían poner perfectamente el del año pasado, o el del otro, o el del otro, y seguirían vendiendo lo mismo. Bob Fosse, qué daño le hiciste sin saberlo al mundo de los espumosos, hijo.
¿Hay algo más tonto (pronúnciese, plis, en modo Cruz y Raya) que los anuncios de colonia? Todos guapos y todas guapas, todos mojaditos, todos en paisajes de ensueño donde por lo visto no es Navidad, porque no nieva ni llueve ni hace frío, todos dándose unos lotes de impresión para ponerlos los dientes largos... Y todo para anunciar no la peli X del video comunitario, ni el enésimo pase de Nueve semanas y media, sino colonia con ínfulas que después encuentras en el top manta de las colonias (que también existe, no sé si lo saben ustedes) por poco menos de seis euros.
Yo, perdónenme ustedes, es que odiaría que alguien me regalara perfume. No porque considere que esas cosas no se le regalan a los hombres, conste. Es que mi perfume, como mi ropa (hasta la interior), la elijo yo. No me viste nadie, ni me perfuma nadie. Esas cosas tan personales son de uno mismo, y uno se echa a temblar si todos los miembros de la familia, al unísono, dieran en regalarle a uno perfumes de lo más variopinto: Paco Rabanne, Axe, Diavolo, Varón Dandy, el que sea. La personalidad perfumil de cada uno se iría a hacer puñetas, me imagino. Uno cuida su propio olor como cuida su afeitado o su despeinado.
Los únicos anuncios que tienen cierta gracia (y ya empiezan a cansar un poco) son los del Gordo de Navidad, por la estética retro y la fotografía en blanco y negro. Se nota que han chupado lo suyo de Neil Gaiman y de Sandman, ¿eh? De todas formas, le veo un doble handicap: por un lado, se corre el riesgo (que me da igual) de que al Gordo de Navidad se le acabe llamando el Calvo. Por otro, el empecinamiento algo caraja en anclarse en los años cuarenta en su estética. Ya tendrían que ir aligerando y avanzando un poquito más en las décadas. Como los de Cuéntame, mismamente.
Que lo mismo, siempre, hasta el jamón, harta.
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