Con eso de que hoy es "Boxing Day" tengo la casa de pronto llena de cajas de libros. De mis libros. Por fin. No pude ir a Albacete a presentar Detective sin licencia, como contaba hace un puñado de posts, y al final han tenido que enviarme los libros por mensajería.
Ya lo tengo aquí. Es un libro bonito, por cierto. Bien presentado, en papel semicouché, con unas elegantes tapas negras, una foto mía en cubiertas de cuando estaba más carnal (o sea, antes del verano), y una fotografía en la portada que, sin decir nada de lo que es el libro (una investigación detectivesca con abundantes dosis de costumbrismo, o sea, de visión cutre de la vida) le viene como un guante, en tanto que remite al lirismo del final. Se lee bien: tiene un lindo cuerpo de letra y no molesta que, en sus doscientas y pico páginas, no haya una sola línea de diálogo, pues no hace falta. Noto quizá la ausencia del glosario de términos gaditanos (es una novela escrita en gadita), pero supongo que habrán decidido que se entiende bien así: en el fondo, lo agradezco. Así hago patria. El glosario, de todas formas, está colgado en algún lugar pasado de esta bitácora.
El libro, no sé si lo saben ustedes, pero yo lo digo (porque hoy he venido a hablar de mi libro) es una historia de Cadi-Cadi, cómo el boxeador amnésico Torre se pone piernas a la calle en busca del asesino o la asesina de su mentor, amiguete y protector Pepito Fiestas, que aparece muerto de un infarto en su despachito el sábado de las barbacoas en la playa... aunque una semana y pico después Torre recibe una carta del difunto donde le confiesa que teme que alguien pueda querer asesinarlo. Es una novela, ya digo, gaditana, llena de humor, de nostalgia, de mala leche y, sobre todo, de observación del entorno. Creo que es lo mejor que yo he escrito nunca y me quedan las ganas de hacer otras dos novelas con ese personaje que tanto me sirve, pues me desdobla y me triplica. La escribí hace ya tres veranos, me parece, en tiempo real, en modo directo, sin apenas correcciones de estilo.
Y además, todo lo que se cuenta, absolutamente todo, es real. Cosas que han pasado, cosas que he vivido o han vivido por mí, cosas que he ido juntando de aquí y de allá hasta darles forma de novela policiaca (o tal que así). Anécdotas de mis amigos, de mis bajancias, de mis padres, de mis alumnos. Observaciones de cómo somos y respiramos y bebemos y caminamos la gente de Cadi-Cadi, a caballo entre lo surrealista y lo folclórico. Para mí escribirla fue una gozada.
No sé, ay, si tendrá difusión más allá de lo que la Diputación de Albacete tenga previsto. Sé que el premio del año anterior (porque mi libro, ejem, ganó el premio de Novela Negra de este año) se anunció en Discoplay, que fue donde yo lo compré, así que imagino que Detective sin licencia también aparecerá algún día en ese catálogo. Sé que puede comprarse por correo a la propia Diputación de Albacete, al precio irrisorio de ¡seis euros!, pinchando tal que aquí: publicaciones@dipualba.es.
Este es el texto que acompaña a la publicidad de la página web de la colección "Letras negras". Se agradece el intento de escribir también la reseña en idioma gadita:
Torre es un exboxeador lo suficientemente sonado como para confundir la velocidad con el tocino. Y se mete a detective sin que sirva de precedente, en una especie de práctica de la profesión retro e introspectiva de la que va a surgir alguna verdad de sí mismo y de su vida con algunos otros, pues buscando en el cubo de la basura raro es que no se encuentre lo preciso para seguir viviendo. En ese sentido es un sin casa, un colgao de fantasía de corte sociológico con el sólo bagaje de una
intracultura muy perfilada a partir de su jerga bien muñida que le sirve para bracear entre diversos despojos y que hace de esta novela un cruce entre el género fantástico y el hiperrealista etéreo (por gaditano), de la mano de este detective con enjundia guachisnai que, haciendo más parás que un Nazareno, nos hace recorrer, interna y externamente, de pajarraca en
pajarraca, todo el tejido cutre que lo entraña, para mandarnos morterás de sentido popular de lo más negro, ya sea en forma de humor, amor y siempre con mucho delito. Que no sólo se quedan en el sarcasmo o el costumbrismo, sino que van más allá hacia ese pathos agazapado entre la cotidianidad en la que a base de mandaos y macaneo, este julai con mucha guasa buceará para el
eterno redescubrimiento de la verdad.
Ya saben ustedes. Papá Noel ya ha pasado en su trineo, pero todavía tienen que escuchar el sonido de los camellos de los tres magos de oriente.
Lo dicho: yo he venido a hablar de mi libro, y ya está hecho.
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