Tiene todas las papeletas (literalmente) para convertirse en uno de los días más odiosos del año, en franca competencia con las otras fechas que ya saben ustedes. Hoy. Ay. Uy.
Es más fuerte que yo. No por el soniquete terrible de las bolitas dentro de los bombos, ni por los gallos que sueltan los chavales y chavalas con ese uniforme de botones magnificado que ya tendrían que pensar en ir cambiando, ni por esa especie de Soviet Supremo que tiene que comprobar por encima de las gafas que el numerito que sale es en verdad el numerito que cantan. Ni siquiera por los abonados a sentarse en el sorteo y esperar año tras año entre olor a cazalla y bufandas de rayas a que los enfoquen y así decir tres chuminadas y cumplir la ley de Warhol.
Me pone de los nervios no poder ver nada en ningún canal televisivo, porque todos están diciendo y repitiendo los mismos topicazos y las mismas estadísticas que, no sé por qué, parecen considerar que son interesantísimas. La plasta absoluta del periodismo invertido: mandar a paseo aquello de "No news, good news" que decía Raffaella Carrá, no sé si me entienden.
Y, sobre todo, me pone de una mala leche impresionante las conexiones a pie de calle donde aparecen oficinistas, fruteros, porteras y realquilados dando saltitos con champán (¡del barato!) y refregándonos delante de las narices el nimio detalle de que se han vuelto millonarios por arte de magia. Qué falta de consideración y de pudor para con los pobres que seguimos siendo. Qué poca vergüenza para quienes no podemos dar esos saltitos (el champán pueden quedárselo, gracias). Qué desdecoro, qué falta de tacto, qué ganas tengo de que vuelvan a ser ricos anónimos, que esos no hacen tanto daño y se mueren en Marbella después de haberse pasado la vida mostrando pecholobo y cadenas de oro como el MA Barrackus de El equipo A.
Porque, lo confieso, yo también quiero salir hoy por la tele. Quiero decir banalidades mientras me dan empujones y me mancho las mangas de champán, y repito historias truculentas de que si el número no era el que ibamos a comprar, pero que por un cuñado mío al final encontramos otro parecido y nos faltaba una serie (o una participación, sea lo que eso sea) y que formamos una peña de quinientos mil y al final cabremos a catorce milloncejos cada uno, y venga a ponerme las cámaras por delante y a dar saltitos y a hablar con mi tía Eufrasia por el móvil para anunciarle el acontecimiento (la tía Eufrasia debe ser la única persona en Esppaña que no está viendo la tele en ese momento).
Yo también quiero ser uno de esos imbéciles envidiables. Pero lo tengo de un crudo... Vamos, que en mi caso el milagro tendría que ser doble o triple, porque no llevo ni un miserable número para el sorteo. Manía y desidias, pero para mí que "No jugarás" debiera ser el Undécimo Mandamiento. Estoy seguro que alguna vez lo fue. Pero quizás Yahvé no contaba con que Moisés fuera, además de manazas y tartamudo, un ludópata con toda la barba.
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