Qué extraño, oigan. El primer día de vacaciones de Navidad (y no, no voy a hablar hoy y ahora de la Navidad, de lo poco que la comprendo, de lo mucho que la sufro, de la poca gracia que me hace llenarme de nostalgia... rayos, ya estoy hablando), el primer día de Navidad y me despierto a la misma hora de todos los días: condicionamiento operante, como el perro de Pavlov, sin despertador ni nada.
El primer día de Navidad y la necesidad de desconectar del cole (y la necesidad de conectar otra vez con la literatura, siempre). Lo más extraño, no sé ustedes, despertarte y no escuchar el roce como a caracoles en la olla de las bolitas de la lotería, las voces de los niños intentando rimar euros por pesetas.
Será el lunes, me recuerdo, no hoy. Pero se hace extraño que en el primer día de navidad no suene ese soniquete insoportable que tanto aborrezco.
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