Hablábamos el otro día de tempus fugit y de este mazazo de François Villon, las LAMENTACIONES DE LA HERMOSA ARMERA. No tengo a mano el nombre del traductor, pero sin duda que ha hecho un trabajo excelente. La reflexión casi naturalista de un autor medieval lleva, por otro lado, a comprender lo poco que en el fondo cambia el ser humano y su circunstancia
Me ha parecido oír las lamentaciones de la hermosa que fue armera; deseaba ser joven y hablaba de la siguiente forma: “¡Ay! Vejez traidora y orgullosa, ¿por qué me has abatido tan pronto? ¿Quién me impide que me golpee y que me mate de una vez?
“Me has quitado la alta franquicia que sobre clérigos, mercaderes y gentes de Iglesia me había concedido la belleza; pues antaño no había nadie que no me hubiese dado todo lo suyo, por grande que fuera luego el arrepentimiento, con tal de que yo le cediera aquello que rechazan ahora los truhanes.
“A muchos hombres se lo he rechazado, lo cual no fue gran sensatez por mi parte, por amor a un joven astuto, con quien tuve gran generosidad; aunque a otros yo les hiciera finuras, ¡por mi alma, le amaba mucho! Sin embargo, él me trataba con rudeza y sólo me quería por lo mío.
“Y por mucho que me hubiera maltratado, pisoteado, no dejaría de amarlo; aunque me hubiera hecho arrastrar los riñones, si me dijera que lo besara, olvidaría todos mis males. El glotón, lleno de mal, me abrazaba... ¡Mucho he engordado! ¿Qué me queda? Vergüenza y pecado.
“Ya ha muerto, hace más de treinta años, y yo estoy vieja, canosa. Cuando pienso, ¡desdichada!, en los buenos tiempos, qué fui y qué soy; cuando me contemplo, desnuda, y me veo tan cambiada, pobre, seca, delgada, menuda, casi enloquezco de rabia.
“¿Qué ha sido de aquella frente tersa, de los cabellos rubios y arqueadas cejas, del gran entrecejo, la hermosa mirada, con que conquistaba a los más finos; la bella nariz recta, ni grande ni chica, de las pequeñas orejas al lado de la cabeza, la barbilla con hoyuelo, la cara clara, bien dibujada? ¿Y de los hermosos labios rojos?
“Los elegantes hombros menudos, los brazos largos y las manos delgadas, las pequeñas tetillas, las carnosas caderas, altas, en su sitio, dispuestas a sostener amorosas lides; los anchos riñones, y el encanto colocado sobre gruesos y fuertes muslos, dentro de su hermoso jardincillo?
“La frente arrugada, los cabellos grises, las sobrecejas caídas, los ojos apagados, que lanzaban miradas y sonrisas con las que fueron alcanzados muchos mercaderes; la nariz curvada, lejos de la belleza; las orejas colgando, velludas; el rostro empalidecido, muerto y sin color; barbilla fruncida, labios arrugados...
“¡Es la salida de la belleza humana! Los brazos cortos y las manos agarrotadas, los hombros jorobados; los pezones, ¿cómo?, arrugados; igual las caderas que las tetas; el encanto, ¡bah!; en cuanto a los muslos, ya no son muslos, sino muslitos azorzalados, como salchichas.
“Así añoramos el buen tiempo entre nosotras, pobres, viejas tontas; sentadas en bajo, en cuclillas, acurrucadas como pelotas, junto al fueguecillo del cáñamo, encendido rápidamente, rápidamente apagado. ¡Y antaño éramos tan hermosas!... Tal es la suerte de tantos y tantas.
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