El éxito indiscutible de Harry Potter, el joven aprendiz de mago que hoy puebla los sueños de niños y no tan niños en el mundo entero puede tener referentes literarios más o menos difíciles de escarbar: la estética de Dickens y de Carroll, la distorsión fonética que tanto caracteriza a la obra de Tolkien (la sonoridad de los nombres de los personajes no se ha adaptado a nuestro idioma, ay, y creo que hacía falta) y la estética de grandes ilustradores como Arthur Rackham o Alan Lee.
Mucho habría que rebuscar en literatura juvenil (o no tan juvenil) para hallar precedentes, coincidencias o simplemente iconos que puedan equipararse al chavalín del rayo en la frente (las comidas pantagruélicas de Los Cinco y las que tienen lugar en el Gran Comedor de Hogwarts, o el predominio de Jorge -aquí Hermione- en la pandilla son lo primero que me viene a la cabeza), pero sí que existen personajes del cómic que comparten muchos de los supuestos que ahora engrandecen a Harry Potter.
Superman, sin ir más lejos. O el propio Spiderman. Como el primero, el pequeño Harry es superviviente de un matrimonio desaparecido, colocado como un nuevo Moisés en una cesta a la puerta de la casa de sus horribles tíos. Como el segundo, también huérfano (no de científicos de Krypton como Kal-El, sino de una pareja de improbables espías norteamericanos), la infancia del futuro héroe y mesías de la magia se desarrollará en un entorno pequeñoburgués y simplón, marcado por la influencia de sus parientes. Claro que Peter Parker tuvo la suerte de tener un tío Ben comprensivo y liberal y una tía May inmortal y quejumbrosa en vez de esa pareja de émulos contemporáneos de Fagin que son Vernon Dursley y la tía Petunia (llamada, casualmente, igual que la tía de la entrañable Cosa de ojos azules). Convendrán ustedes conmigo en que el físico de Harry Potter y el que tuvo Peter Parker antes de que le rompieran las gafas ya inútiles de un puñetazo es idéntico.
El primer personaje de historietas que fue aprendiz de brujo fue Príncipe Valiente, el personaje creado por Harold Foster, y ese brujo es, además, el brujo más brujo de todos cuantos en el mundo han sido: Merlín el mago, cuyo físico tanto recuerda a Albus Dumbledore. Huyendo de los demoníacos sicarios de Morgan Le Fay, un jovencito Val hubo de encontrar refugio en el castillo del mago, y mientras éste buscaba el hechizo ideal para poder rescatar al caballero Sir Gawain de los delirios amorosos de la maga ninfómana, Valiente se entretuvo en los jardines mágicos, rodeado de criaturas imposibles. Es apenas una viñeta en una trayectoria de cuarenta años de aventuras inigualables, pero mucho tiempo después, desaparecido Merlín tras el sortilegio de la doncella Nimue, Valiente tendría a gala aclarar haber sido aprendiz del mago, y en más de una ocasión utilizaría algún truco de magia (prestidigitación, más bien) en sus andanzas. Eso sí, cuando encontró a Aleta y se casó con ella, no se cansó de acusarla de ser una pérfida hechicera.
Es posible que el tiempo se detuviera para Val en esas semanas de estancia en la torre de Merlín, y que ahí aprendiera algún truquito que luego le salvaría la vida... o le costaría la característica melena, al confundir polvillos mágicos por pólvora.
Porque para Príncipe Valiente la magia es, en gran medida, pura ciencia, algo que está más allá de la explicación de la que dispone el ser humano de su época pero que tiene sin duda su lógica interna. Los pocos magos que Valiente encontraría a su paso son, en ocasiones, charlatanes descreídos, titiriteros entrañables, mujeres solitarias dedicadas a proteger la paz de sus hogares por medio de máscaras y montajes teatrales, pícaros hambrientos o monjes escultores de dragones de yeso. Sólo el calzonazos Belsatán, celoso y misógino, emplearía magia verdadera para rescatar a una esposa incomprensiva a la que, apenas una página antes, había expulsado de casa con cajas destempladas acusándola de un adulterio que por demás él mismo sabía falso. Y es que parece que las labores del hogar, si no están en manos de una mujer competente, no pueden llevarse a cabo ni siquiera con la ayuda de la más poderosa de las magias...
El gran mago por excelencia del tebeo clásico nortamericano es Mandrake, creado por Lee Falk y Phil Davis, el prestidigitador de cabaret de poderes sobrehumanos (luego reducidos, al correr de los años, a simple hipnosis). En la relación de Mandrake con su némesis y ex-mentor, El Cobra, tenemos un avance de lo que pudieran ser hoy los enfrentamientos entre Harry Potter y Voldemort.
A la sombra de Merlín y Mandrake surgen todos los magos del tebeo: el mago Murlin cuya muerte vislumbraría en la máquina del futuro Flash Gordon en las tiras de Dan Barry, el mago Morgano que crearía el peculiar globo aerostático de nuestro Capitán Trueno y el inolvidable ajedrez mecánico gigante (otro punto de contacto más con Harry Potter) cuya reina negra se convertiría en mortífero robot a destruir; el demonio Etrigan que sufriría la maldición de Merlín y, además de vivir encerrado en el cuerpo humano de Jason Blood tendría como principal característica (¿y principal defecto?) hablar nada menos que en intraducibles pentámetros yámbicos; o ya más recientemente el personaje del mago rijoso y malhablado del mago Thenef, compañero y mucho más de la desinhibida Ghita de Alizarr, y donde la gracia está en ver cómo el dibujante y guionista Frank Thorne se retrata en su criatura. En las tiras diarias habría que recordar El Mago de Id, creación de Brant Parker, el patoso hechicero al servicio de un rey enano y cruel en una especie de Camelot de tintes freudianos. Otros magos del comic-book de la compañía DC son Zatara (cuyos hechizos había que leer al revés) y su hija Zatanna, el Barón Winter, Doctor Occult y Sargon the Sorcerer, ataviado con un turbante que quizá oculte también la cara del innombrable debajo...
Marvel Comics se sumaría al carro de los personajes mágicos presentando al Doctor Strange (para nosotros, el Doctor Extraño), la versión tebeística del Ronald Colman de la película Horizontes perdidos, cuyo físico y bigotito inconfundibles remeda con bastante descaro. Extraño, médico bon vivant y despreocupado durante buena parte de su carrera profesional, sufriría un aparatoso accidente que le impediría practicar la cirugía. Sumido en una espiral de auto-destrucción, sin duda rendido al alcoholismo y a prácticas medicinales por lo menos ambiguas, se pondría en marcha hacia el Tibet buscando solución a sus pesares. Allí conocería al misterioso Anciano, de quien se convertiría en aprendiz y más tarde en heredero como principal mago de la Tierra. Y allí encontraría también a su principal némesis, el Barón Mordo y al demonio de cabeza llameante y nombre imposible de pronunciar, Dormammu.
Convertido oficialmente en el mago-para-todo del universo Marvel, Extraño tendría un criado chino, Wong, y una alumna aventajada de otra dimensión, Clea. Su principal característica es esa capa ondulante y el indescriptible Ojo de Agamoto que todo lo ve. Los viajes astrales de Extraño y sus batallas místicas en mundos imposibles han querido verse siempre como la plasmación en el cómic de los viajes lisérgicos de la generación hippy según los veían Stan Lee y, sobre todo, el dibujante Steve Ditko. Lo mismo no era para tanto, pero la estética pop art ahí queda.
Extraño abrió la puerta a los mundos fuera del mundo, y la combinación con el cine de vampiros y de terror en los años setenta incluyó también en los cómics de Marvel un tropel de fantasmas, zombies y demonios, de los cuales Mefisto es el más popular. Pero no el único, puesto que no se puede potenciar una religión por encima de otra en los tebeos, ya que eso sería reconocerla como la verdadera.
Uno de los muchos demonios del universo Marvel (que no tendría reparos en mezclar las mitologías hollywoodienses con ecos lovecraftianos e incluso con la ópera romántica o las visiones de Dante) es el simpar Belasco, el malvado y atormentado ser cornudo de la cara roja que domina el Limbo. A los tejemanejes de Belasco le debemos la reconversión de una niñita aparentemente pura (aunque con un hermano mutante como Coloso, cualquiera sabe por dónde habría acabado saliendo la criatura al alcanzar la pubertad) en un ente mágico y demoníaco a la vez, portadora de una espada-alma que recuerda poderosamente a la Atraetormentas de cierto brujo albino llamado Elric de Melniboné: de ser una invitada más o menos esporádica en las series X-Men y The New Mutants, la niña Illyana Nikolievna Rasputín se convertiría, tras una estancia en el limbo que para los demás personajes apenas se traduciría en unas horas pero para ella supondría años de su vida, en la simpar Magik. Y es que la magia es algo peligroso, y quién sabe dónde puede ir a parar si la practica: tras la apariencia de calma británica y sosiego férico de Hogwarts, cualquiera sabe qué destino oscuro puede esperar a cualquiera de los compañeros escolares de Harry Potter. Tiempo al tiempo.
La magia considerada como un juego espantoso donde los horrores no se acaban con la muerte, sino que además traen siempre un terrible remordimiento, queda ejemplificada como nadie en un personaje de DC, John Constantine, presentado por el guionista Alan Moore dentro de la serie La Cosa del Pantano y luego protagonista de una serie propia en manos de otros muchos autores con el nombre de Hellblazer. Constantine es un mago británico y joven, descreído, fumador empedernido, borracho en ocasiones, desaliñado y escéptico a pesar de compartir el físico del cantante Sting. Es superviviente de mil y un conjuros (o no), y sobre él pesa la sombra de "lo que pasó en Newcastle". Desafortunado en la magia, en el juego y en el amor, lo hemos visto enfrentarse a vampiros y a demonios, incluso en algunas aventuras juveniles en plenos años ochenta (enfrentándose al horror del thatcherismo, que no es poca cosa), pero siempre con la maldición inherente de traicionar a sus amigos y sus amantes, de ser un pobre mortal (pese a las confusas iniciales de su nombre) acosado por la mala suerte que se ceba en su entorno.
El revival mágico que Constantine, tras su aparición en la serie de La Cosa del Pantano, supuso para DC Comics tuvo su principal exponente en la serie Los libros de la Magia, de gran importancia con el tema que nos ocupa, dada la enorme cantidad de coincidencias con Harry Potter. Guionizada por Neil Gaiman y dibujada por John Bolton, Charles Vess, Scott Hampton y Paul Johnson en los cuatro números que constituyeron su primera serie limitada, Los Libros de la Magia es un paseo por el más allá del universo DC, donde los lectores siguen con asombro y estupor un muestrario de criaturas oníricas y de seres de pesadilla mientras Constantine y The Phantom Stranger deslumbran al joven Timothy Hunter y lo guían, mundo tras mundo, hasta su destino de mago poderoso. Creada en 1990, la serie tiene multitud de puntos de contacto con Harry Potter: además del elemento fantástico y la profusión de seres mágicos, Tim y Harry comparten físico, gafas, inocencia, temor... y hasta lechuza. Naturalmente, la señora Rowling lo negará todo.
De momento, el último tebeo dedicado a presentar lo que es la magia y sus conceptos lo tenemos en la serie Promethea, uno de los títulos que el guionista británico y (a lo que parece) ahora mago aficionado Alan Moore presenta en su serie ABC Comics, un sello filial de DC, con dibujos de J.H. Williams. Promethea cuenta (o no) la historia de un ser de ficción (o no), una criatura de la Immateria que, al entrar en contacto con creadores de ilustraciones, poesía e incluso comics de nuestra "realidad" cobra vida en ellos. En un mundo paralelo en tiempo al nuestro (pero no en cachivaches de ciencia-ficción), la joven e insegura Sophie Bangs se convierte en esa especie de mujer guerrero egipcia (donde se vislumbra algún eco de la Wonder Woman de los tebeos), pero en vez de combatir al mal en las variopintas formas con que éste suele presentarse en los cómics, e imitando quizás la estructura del libro El mundo de Sofía, Moore nos presenta un largo tour guiado por la cábala y los mundos de la magia, por la simbología ocultista y sus dioses, sus conjuros y su mística. Algo tediosa en ocasiones, puesto que Moore se salta las convenciones del medio y dedica sin cortarse un pelo números y más números a ese pasar de un mundo onírico a otro, creando cómics más bien descriptivos que narrativos, hay momentos de pura magia, tanto a nivel gráfico como en las vidas apenas contadas de las otras Prometheas. La estructura de La Divina Comedia (que ya Moore había remedado en algún episodio de su serie estrella, La Cosa del Pantano) pesa en ocasiones sobre la delgada trama, haciendo que la historieta parezca más un catálogo sobre términos mágicos y una exhibición de bibliografía estudiada que un tebeo al uso.
Todo mago que se precie, de todas formas, tiene que ser uno con el todo. Thulsa Doom, Toth Amón, Extraño, El Anciano, Zatanna y Zatara, Thenef, Constantine y Timothy Hunter, como Harry Potter y compañía, pertenecen al doble mundo de la magia, el mundo de magia en el que viven y el mundo de magia en el que nos hacen vivir.
Poca cosa, ¿eh?
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