Por mil mofetas, rayos y centellas, venga a explicarles en clase a mis chavales que para construir un imperio, una civilización, hace falta asegurarse las comunicaciones, es decir, las carreteras, y héme aquí varado a mi suerte, náufrago de mí mismo, desolado, desconsolado, aislado, en el culo del mundo o, como dice mi sosia Pedrito Ruiz, mismamente en la almorrana. Qué lejos es la distancia cuando no hay camino que desandar, ni que circular en tren (me perdonan ustedes pero yo no voy en coche más allá de Sevilla, o el Campo de Gibraltar para ver a mi amigo Carlos).
Tengo que presentar un libro. Lo tengo que presentar en Albacete. Ya saben ustedes: la novela policiaca-costumbrista con la que gané, hace casi un año ya, su premio de novela negra. La cosa se ha ido retrasando, retrasando, y por fin me llama el siempre amable Antonio Belmonte para ver cuándo, por fin, le damos salida en un acto de esos donde quienes se ponen las medallas son los mismos que suelen darlas.
Y el problema son las fechas. No puedo, por mi trabajo, y porque estoy metido de lleno en la evaluación, perder dos días yendo y viniendo a Albacete, puteando a los compañeros que me tendrían que sustituir y, supongo, levantando la ceja izquierda de los jefazos, esos que imagino pensarán que yo me tendría que dedicar a ellos en cuerpo y alma y dejarme de veleidades artísticas. Además, los días de asuntos propios suelen costar una especia de gusano de arena de Arrakis (sí, me cito a mí mismo: un cojón de pato).
No puedo hacer la presentación un día entresemana. Tiene que ser, como mucho, el viernes 5, que en Andalucía (o en Cádiz, no sé) es festivo.
Y ahora empieza el problema. Para viajar de Cádiz a Albacete tengo primero que pasar por Madrid. Tengo que hacer noche en Madrid. Tengo que madrugar en Madrid y coger otro tren que me lleve a Albacete. Presentación, plas plas, bye bye. Tren a Madrid. Noche en Madrid. Vuelta a Cádiz.
¿Me merece la pena? Supongo que no. La presentación tendría que ser por la mañana y ya me avisan que a esa hora, y antes de un puente largo, van a ir dos gatos y medio (o sea, yo mismo, quien presente y el fotógrafo: el medio gato es el que firma, por si acaso hay alguien tendente a susceptibilidades felinas).
Ni que tuviera que ir a Polonia a presentar un libro (que esa es otra, ya hablaremos). Qué lejos estamos, por el amor de Rab, qué difícil es conectarme con otro punto del mapa.
Y todo, suponiendo que los ponedores de medallas acepten el viernes por la mañana para librarse del acto. Y todo, suponiendo que a estas alturas encuentre billetes de tren. Y todo, suponiendo que antes de un puente largo quede un hueco libre en Madrid.
Los romanos (y los incas) construyeron sus imperios porque tenían carreteras. Aunque tenga cara de centurión de Astérix, me temo que esa asignatura la suspendió en su día el actual ministro del ramo.
Comentarios (36)
Categorías: Reflexiones