He descubierto que tengo poderes de superhéroe de tebeo: puedo pasarme setenta y dos horas sin dormir, algo que no había hecho jamás.
También puedo volar bajo, y darme un cate contra el asfalto y no romperlo ni romperme.
Me explico: Tres días, tres, sin pegar ojo con la dichosa (en el sentido positivo del término y en el otro) excursión a la capital del reino. Lo cual me preocupa un pelín, porque debo estar haciéndome viejo y dicen que los viejos necesitan dormir poco, algo que he venido comprobando en los últimos tiempos: antes sin mis ocho horitas diarias no era nadie y ahora, ya me ven, con cinco o seis me bastan. Es lo malo de ir de guardián-tutor-acompañante de una excursión de adolescentes: que ellos pueden recuperar horas de sueño en cualquier parte (el Planetario, el Prado, el bus, cualquier cafetería, un banco del parque) y nosotros no.
Lo de volar bajo tiene una explicación menos, ejem, poética. Pero como la voz se va a correr, la cuento aquí yo mismo, no vaya a ser que luego el acto se magnifique: Puerta del Sol, kilómetro cero, ciento veinte gaditanos despistados haciéndose fotos de rigor a las doce menos cuarto de la noche o tal que así. Profesor gracioso (yo) que coge carrerilla y salta para ponerse delante y estropearles la foto (cosa que no les cuesta nada, porque todos llevan cámara digital).
Relato paso a paso de lo que viene a continuación: Profesor que calcula mal la trayectoria quizás porque ha perdido dieciséis kilos y lleva unas botas nuevas de suela demasiado ancha. Profesor que pone el pie izquierdo en el asfalto y advierte una milésima de segundo demasiado tarde que el asfalto está resbaloso. Profesor que advierte que está cayéndose al suelo y que se va a dar una costalada de impresión, por el impulso. Profesor que gira en el aire como un Neo cualquiera y advierte, también en otra milésima de segundo, que se va a dar de cabeza por el otro lado. Profesor que gira de nuevo y zas, se pega el cate con el hombro y el brazo. Profesor que resbala por el asfalto unos buenos cinco o seis metros y advierte (es un chico despierto, este profesor) que el tres cuartos de cuero nuevo que lleva le ha salvado de romperse un algo, porque se desliza como un motero hasta que se detiene y trata de incorporarse.
Ya pueden imaginar ustedes la carcajada general (la del profe incluido, claro), y la frustración generalizada porque tal pirueta no llegó a ser registrada (fue muy rápida) por ninguna de las muchas cámaras en funcionamiento. Si alguna lo logró, prometo firmemente colgarla aquí.
Lo curioso del suceso, claro, que no me haya roto nada. Me levanté sin un rasguño y sin que me doliera ni una uña. Luego sí noté que me dolía el pecho, pero fue porque, con la emoción, un alumno se me tiró encima en plan placador de rugby y me clavó el codo en las costillas (gracias, Félix, reza para el futuro). Menos mal que los demás no lo imitaron, que si no ahora no estaría tecleando esta anécdota.
Ayer me di cuenta de que el tres cuartos de cuero tiene un roce en la manga, casi una quemadura: el efecto de la fricción que me salvó el brazo. Lo mismo debe pasarle a Fonzi Nieto cada día, imagino.
Por lo demás, la excursión bien, gracias. Encontré el libro de Daniel Pennac, donde esperaba, así que ya les comentaré. No pude comprar los anhelados Dunkin´ Donuts: incompatibilidad de horarios para visitar Prado y Planetario y la apertura de los múltiples locales. Y un inciso: las mentes preclaras que asignan a las excursiones de provincias los horarios de visita, ¿no se dan cuenta de que las nueve de la mañana es una hora infernal para los que no vivimos en Madrid, para los que nos pasamos la noche persiguiendo a chavales por los pasillos y el amanecer ordenando maletas y buscando llaves de habitación perdidas? Con lo sencillo que es preguntar, ¿a qué hora les viene bien, a las once?, perfecto. Pues no. Tanto esas dos visitas mencionadas como la anterior del Palacio Real, ala, a despertar a los gatos. ¿Comprenden por qué digo que no he dormido en tres días?
El Fantasma de la Ópera, el plato fuerte de la excursión (porque, ay, ni el Prado ni el Planetario ni el Palacio Real despiertan entre la chavalería el entusiasmo que deberían, según en qué caso y qué momento), pues tan alucinante como era de esperar. Ya les hablaré mañana.
Ahora me vuelvo al sobre. Me caigo de sueño.
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