Les contaba hace unos días que soy levemente presciente. Nada del otro mundo, gracias a Dios: no quisiera estar yo en la piel del protagonista de La Zona Muerta, y siempre tengo muy clarito el comentario que le hizo a Prince Valiant la bruja Horrit: "Dos veces maldito aquel que conoce su futuro".
Pero lo cierto es que a veces, muy contadas veces (supongo que le pasará a todo el mundo, pero como dice Umbral -que te mejores, maestro-, soy el desconocido que tengo más a mano y en él trabajo) sé cuándo van a pasar las cosas,a mí o a gente que conozco. O a quién me voy a encontrar por la calle antes de salir, gente a la que a lo mejor hace meses, años o incluso décadas que no veo.
Hoy he soñado que se moría un amigo. Me he despertado cariacontecido, triste. Es uno de esos amigos que me saca casi veinte años y está siempre sano como una pera: de ahí la desazón del sueño. Uno está hecho a que se va a morir (bueno, no, pero queda bien decirlo) y sabe que aquí no vamos a quedarnos ninguno, a menos que sea un relato de Bob Sheckley. Pero nunca había pensado que ese amigo en concreto pudiera morirse también, miren qué cosas.
El absurdo del sueño, ya lo saben ustedes. En desquite, la sabiduría popular sostiene que cuando se sueña que muere alguien es para darle vida.
En cualquier caso (y hace dos o tres meses que no veo a ese amigo), acabo de recibir una llamada de teléfono. Era él, qué casualidad. No le he dicho, claro, la alegría que me ha dado escuchar su voz. Pero hemos quedado para almorzar mañana juntos.
Qué bueno, de verdad, qué bueno es no acertar la mayoría de las veces. Ser ciego a los caminos del futuro como los videntes de las historias lo son a los caminos del presente.
Comentarios (4)
Categorías: Reflexiones