Democracia, democracia, sálvame, debo estar ciego. Creo más bien en la desgracia, democracia: No te veo.
JJ Téllez y Los Sin Nombre (1977)
Tengo el discurso preparado y siempre a mano, y no pasa año en que no lo suelte en plan Padre Coraje, a degüello y con saña. No es que yo sea, imaginen ustedes, un defensor acérrimo, un creyente a pies juntillas, un integrista de la democracia y me lo trague todo (porque me trago poco o nada), pero es el rito lo que hay que defender, el fondo y además la forma.
Fue el otro día mismo, pero pasó también hace dos años y sucederá, sin duda, el año que viene. Elegimos en cada clase al delegado de curso y, contra las recomendaciones lógicas de que los alumnos escojan entre ellos mismos a quien esté más capacitado y le resulte menos gravosa la carga del cargo, siempre hay uno o dos o tres que se guiñan, se dan codazos y susurran con risitas: A elegir a ese o al otro, al tonto, al friki, al colega, al necio.
Una broma. Y entonces yo, que soy perro viejo y lo tengo preparado, les suelto que ni hablar. Que la capacidad para elegir (y hasta equivocarse eligiendo) es sagrada, no cosa de risa, no un cachondeo de bolitas de papel y rayitas marcadas en la pizarra. Que la democracia no es un regalo, sino un derecho muy serio, y que mucha gente ha muerto en este país y sigue muriendo en todas partes del mundo por llevar a la práctica eso a lo que ellos, en este ahora, le dan tan poca importancia como para tomárselo a chacota. Un hombre, un voto.
El chaval que siempre es blanco de mi filípica se queda el pobre más cortado que un jamón de cinco jotas. Pero se entiende la pasión de lo que digo, y espero que también el discurso. Y se vota en serio. Un hombre, un voto. Si se decide mal, se vota de nuevo cuando se compruebe que se ha errado.
Esto, tan simple, tan de perogrullo, es la grandeza de este sistema en el que nos ha tocado la suerte de vivir (y no me venga ahora nadie a decir que se puede cambiar por otro). Eso, tan de perogrullo, tan simple, es lo que no estamos cumpliendo por culpa, naturalmente, de los de siempre. O sea, de las televisiones.
Ayer mismo ví, entre escéptico y descojonado, las "votaciones" populares de ese infame programita televisivo que tiene a mi mujer enganchada y a los cantantes profesionales del país en pie de guerra. No sé si saben ustedes la mecánica del concurso, pero es lo menos parecido a una democracia que pueda parecer... aunque se disfrace de plebiscito popular.
Porque aquí se vota y se vota a diestra y siniestra, al guapo o la guapa, al que es del pueblo. Y no se vota una vez: se votan muchas. Basta tener un teléfono móvil y darle una y otra vez a la rellamada. Ni que decir tiene que además existen picarescas, trucos de la red, hasta alcaldes gilipollas que ponen a disposición de sus conciudadanos un teléfono gratuito no para que llamen al fontanero o al médico de guardia, sino para que voten a Menganito, que es del pueblo. Y es que en el fondo a eso se reduce el ser nacionalista: a ser de pueblo. Muy de pueblo.
Esa no es, me temo, la idea de la democracia. Uno vota una vez, y una vez emitida su idea, toca a esperar. No vale votar mil veces, porque entonces pasa como con el juego del Magik que tan poco gusta, por eso mismo, a mi buen amigo Miquel Barceló: gana quien tiene más pasta, quien tiene acceso a más teléfonos, quien vive en un pueblo más grande que el vecino.
Ayer los profesores de la "Academia" esa de la tele se sorprendían porque de los concursantes esos del salto a la fama y vivir del cuento a costa de imitar a crooners trasnochados (¿no hay otro tipo de música, por Dios bendito?) solo habían pasado a la final los concursantes masculinos, quedando las cinco chicas en la cuerda floja de la salvación in extremis. ¿Qué ha pasado?, se preguntaban atónitos, como si no lo supieran o les importara un carajo. Lo que ha pasado es muy simple: al rebajar la opción del voto a esa manera tan cara, se está dejando que decida solamente el público femenino, las niñatas. Los hombres pasan de estas tonterías, las adolescentes armadas con móviles y sms, no.
Naturalmente, a nadie importa lo más mínimo cómo se degrada, insisto, la regla básica de la democracia. Se elige una vez. Un hombre (una mujer, una niñata) un voto. Y se hace la cuenta. Recordemos que, por los abusos en el censo y la costumbre de votar mil veces seguidas la misma persona nació nada menos que el Ku Klux Klan.
Me preocupa que haya una generación de españolitos que crean que la democracia es eso: gastarse una pasta gansa para asegurarle los garbanzos al guaperas del pueblo.
Pero nuestros próceres siguen en la higuera, sin que les importe nada. Como mucho, todos estarán poniendo el grito en el cielo porque nada menos que Arnold Schwarzenegger, un actor (?) austríaco acaba de ser elegido gobernador del poderosísimo estado de California.
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