Mis chavales se quedan sorprendidos cuando desaconsejo en clase la práctica tan común de la piratería. Acostumbrados a conseguir gratis lo que les interesa mucho o poco (o lo que no les interesa nada, pero es gratis) no comprenden que yo insista en cosas peregrinas que les quedan muy lejos como los derechos de autor o el respeto mínimo a la propiedad intelectual de un trabajo de otro. No me bajo música de la red, al menos no por sistema: si acaso, alguna canción muy puntual que no es posible encontrar ya en disco. Ni películas, ni videos: prefiero el cine o el dvd. Y no, no se trata de que me lo pueda permitir o no. Se trata de que me interese lo suficiente como para tenerlo en buenas condiciones o, simplemente, me interese tan poco como para dejarlo pasar y dedicar mi tiempo y mis gustos a otra cosa.
Pues con todo y con eso, contradicción ambulante, sí que permito que muy de vez en cuando también me pasen alguna cosa pirateada. Mea culpa y mis disculpas. Pero suele ser material que nunca jamás se verá por aquí y que ni siquiera está a mi alcance en DVD: los dibujos animados de la JLA (que todavía ni siquiera he visto, Juan Luis), o la cuarta temporada de Angel. Tengo en mi descargo que, en efecto, compraré ese material en cuanto salga a la venta, porque lo que se ve bajado del ordenador carece de la mínima calidad visual, no tiene extras ni subtítulos (y, a pesar de mi profesión, hay matices del whedonverso que hay que leer, porque se pierden al oírlos), y sobre todo que no puedo, no soy capaz, me es imposible, aguantar dos años de cliffhanger. Mandé a la porra mis convicciones al término de la tercera temporada de Angel (y quienes la han visto saben por qué), me vi la cuarta en esas penosas condiciones que refiero más arriba, y ayer mismo me pasaron el primer episodio de la quinta, (Conviction).
De ahí esta reflexión. Verán, cuando he ido siguiendo esa temporada de Angel o la séptima y última de Buffy, en la soledad de esta habitación y en condiciones de visualizado paupérrimas, me hacía la ilusión de que era como si, por arte de magia o adelantándome al futuro inevitable, estuviera sintonizando con las cadenas norteamericanas que, semana a semana y muchos años o toda la eternidad por delante de nosotros, van emitiendo las series que me interesan. Es una justificación tan válida como cualquier otra, me parece, y sé de quien piensa lo mismo. No es un ataque piratil, sino un préstamo: pagaremos con creces el canon establecido en cuanto podamos comprar legalmente ese material. Lo malo es que se tarda mucho tiempo y el tiempo, ay, y la paciencia se nos agotan.
Hace unos minutos he visto ese primer episodio de la nueva y prometedora temporada de Angel y he comprobado, como ya había hecho en ocasiones anteriores, que es imposible acabar con la piratería, por mucho que se pretenda abaratar los costes (barato contra gratis: es imposible que gane barato). Al contrario que la piratería musical, que imagino se hará con un disco original y copiando a lo bestia y colgando en la red, he comprobado, les decía, que los episodios de Angel y Buffy no están sacados de una emisión televisiva y colgados aquí para consolar a los que no vivimos allí. El episodio que acabo de ver es, directamente, un copión de trabajo. Hasta hoy o mañana no se emite el segundo episodio de la temporada y ya me lo han pasado también (aunque no lo he visto todavía). La presentación es inexistente, los títulos de crédito no aparecen todavía, hay algún momento en que se va la voz de los personajes mientras caminan, a la espera de volver a doblarlos, y (el detalle más trivial, pero que fue lo que me puso en la pista), no aparece la mosca de ninguna emisora en las esquinitas de la imagen (imagen, insisto, oscurísima y borrosa y que me haría gritar de cabreo si no fuera porque es la única forma que tengo de estar al día). O sea, que por mucho que yo quiera pontificar sobre los derechos de autor, por mucho que no me guste lo que hago, por mucho que me aproveche como un yonki audivisual del soma televisivo que me permite internet, por mucho que crea que estoy sintonizando con la WB o la HKTREWZF-45 o cualquier otra emisora de esas de sopa de letras americanas, hay alguien más listo que yo, más descreído que yo, más puñetero que yo que cuelga el material en la red dos semanas antes de que se estrene. Alguien que está dentro del sistema, alguien que no sé siquiera si obtendrá beneficios o juega tan solo a hacer la pascua, como un filibustero libre o un cabroncete contra los jefes.
Y yo le hago el juego porque no tengo otro remedio, porque el mundo se hace cada vez más pequeño pero en muchas cosas nos siguen poniendo fronteras y quienes programan las televisiones en este sacrosanto rinconcito del mapa y quienes publican los videos están en la inopia y no coinciden con mis gustos, mis necesidades y mis demandas.
Seguiré viendo Angel en esas condiciones, porque es un vampiro con V mayúscula, y porque vuelve Spike, y porque la premisa de la nueva temporada es inquietante: ¿Se puede hacer el bien sirviendo al mal? ¿No está el Equipo-A (o sea, Angel et company, para los no iniciados) tan atrapado en las redes de su contrato como lo estuvieron en su día Lylah y quienes les precedieron y ni siquiera han muerto porque no les dejan?
O sea, mis propios resquemores morales, mismamente.
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