Dentro de unas pocas horas comienza un nuevo curso. Como siempre, aunque llevo ya en este negocio veinte años, no puedo librarme de la sensación de tener mariposas en el estómago. Dormiré poco y mal esta noche, en parte por miedo a no despertarme a tiempo, en parte por el temor un poco absurdo a no saber qué hacer con la hora en blanco que se extenderá ante mí (y los chavales que me estarán mirando) durante las seis horas de clase que iré alternando de piso en piso.
Mañana, los primeros días en general, todo serán nervios, prisas, tomar yo las medidas de los cursos, tomar los cursos la medida de este señor bajito que juega tanto a desconcertarlos de minuto en minuto. Mañana será día de reencuentros, de palmadas en la espalda y de besos en la mejilla, de comprobar estaturas más altas y bellezas más bronceadas que hace tres meses, de recibir a alumnos nuevos y de asustar un poco a todo el mundo con la programación, los objetivos, los exámenes y los suspensos.
Mañana empieza un nuevo curso aunque yo y mis compañeros del otro lado de la mesa estaremos repitiéndolo ni se sabe por cuántas veces ya. La máquina del tiempo varada que es esta profesión nos engañará de nuevo con su espejismo de miradas, haciéndonos creer que no han pasado los años y los cursos, burlándose de nuestra ansiedad de novatos, como si no fuéramos magos de una profesión que tenemos la chistera llena de pañuelos de colores y los fondillos de los pantalones sucios de ilusiones desleídas y, conforme pasen los meses, de cansancio.
Mañana empieza un nuevo curso y dentro de nueve meses y pico le diré adiós a un montón de chavales a los que he soportado y apreciado desde hace, no sé, tres o cuatro años. Para ellos será el momento de seguir adelante, mientras que para los francotiradores que hablamos de espaldas a la pizarra será el recordatorio inevitable de que, una vez más, nos tocará repetir otra vez.
Mañana empieza un nuevo curso y no sé, si sé perfectamente qué voy a hacer en todo momento, si tengo estructuradas las charlas, los horarios, los chistes y los gestos, los comentarios, no sé por qué demonios no puedo desprenderme de estas mariposas que baten alas dentro de mi estómago. Pero tengo muy claro que el día que esas mariposas no hagan acto de presencia las horas previas a empezar el año escolar, ese día sabré que esta profesión, ingrata y adorable, habrá dejado de interesarme.
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