Vaya por delante que el tebeo de La liga de los extraordinarios caballeros me parece una idea excelente con una realización que se queda muy corta. Dicho de otra manera: enlazar en una historia a los personajes y arquetipos más característicos de la literatura victoriana (y no sólo victoriana) en una macroaventura a caballo entre la parodia y el homenaje es uno de esos petardazos de salida que hacen que al lector enamorado de los clásicos más inmediatos se le pongan los ojos como pajarillas. Que la historia queda muy coja en el tebeo, que su habitat natural tendría que haber sido la literatura, que la gracia de leer la aventura sea tener que escudriñar las viñetas y reconocer al señor que no aporta nada a la trama pero que pasa por allí... para mí resultan más handicaps que logros, pero ya que vivimos en la generación del referencialismo, qué remedio nos queda.
Los puristas de la última generación habrían querido, ya lo sabemos, una adaptación fidelísima al tebeo original, porque para eso es de Alan Moore (alabado, alabado sea), y traicionar el espíritu del tebeo es poco menos que anatema. Poco importa que los personajes no hayan sido creados por Alan Moore ni que, a los enamorados de Las minas del Rey Salomón o El extraño caso del Doctor Jekyll y Mister Hyde les puedan rechinar los dientes ante la versión tebeística que se contrapone, y mucho, con la versión original. Poco importa también que ese concepto del batiburrillo cultural tampoco sea original de Moore (recordemos a Philip José Farmer, por ejemplo).
De partida, la idea de adaptar el tebeo per se era imposible: ni siquiera Alan Moore, en su inteligente saqueo de los personajes, pudo llamar a Fu Manchú por su nombre. Coger a los personajes, y contar otra historia de tintes más o menos parecidos (tirando, nuevamente, hacia el bondismo) no me parece de entrada el sacrilegio que se ha querido ver. Imagino que cambiar la personalidad del Hombre Invisible original por la de uno nuevo se deberá también a problemas de derechos (¿alguna adaptación cinematográfica en el aire?). No me parece mal incluir al señor Sawyer (nunca identificado como "Tom") como hijo espúreo de Connery. Ni a Dorian Gray (que a fin de cuentas aparece de oídas en el tebeo), como bon vivant maloso.
Lo malo es que los referentes, que ahogan al tebeo, dejan la película vacía de todo contenido. El público de ahora mismo me temo que no reconoce ni siquiera a Jekyll/Hyde, o que como mucho lo identifica con Hulk (posiblemente una de las ideas implícitas del cómic). ¿Pero identificará a ese exagerado hindú de barbas con el capitán Nemo? ¿A M, con quien ni siquiera se hace el juego con el jefe de James Bond? ¿A Mina, apellidada Harker y convertida de buenas a primeras en química? Las únicas veces que la película juega al referentismo como en el tebeo (la alusión a Ismael y a Los asesinatos de la calle de la Morgue) pasan por alto al espectador.
Con todo, el guión de la película es tan simple como cualquier otra película del momento y del estilo: acción previsible y cambio de decorados a toda velocidad. Aventura escapista y torpes intentos, demasiado tarde en la trama, por presentar a los personajes y darles una profundidad. Es la dirección y, sobre todo, la puesta en escena, lo que tira por la borda cualquier intento de hacer una película de serie B. Lo chapucero de los decorados infográficos y los efectos especiales, lo deslavazado del montaje, la falta de presupuesto (una maldad: ¿porque el escocés Connery es productor?) pesan tanto sobre el resultado final que el producto acaba siendo absurdo y ridículo.
Es sintomático, de todas formas, que en dos sendas escenas de la película, entre tiros, llamas y explosiones salten hechos pedazos los libros de las estanterías. Los mismos libros, quizás, de donde salieron unos personajes llamados igual que estos que ahora, desde aquí, quieren hacernos creer que fueron ellos.
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