Era inevitable que en esta bitácora acabáramos hablando de Star Wars: no solo de Buffy vive el fan, y la trilogía es, supongo que como para muchos de vosotros, uno de mis grandes amores. Esta es la crítica que hice en el momento del estreno del Episodio I: La amenaza fantasma, y fue publicada por Stalker. Mañana colgaré la del Episodio II. La polémica está servida
¿Cómo juzgar a una película cuya incidencia va más allá que ningún otro hecho cinematográfico jamás visto en la historia? Las expectativas levantadas por el estreno de La amenaza fantasma, el primer episodio de la saga de La Guerra de las Galaxias, tenían por fuerza que quedarse cortas, y a la luz de los fans irredentos o los fans insatisfechos habría que analizarla, dejando quizá a un lado a los críticos "profesionales" que hayan querido ver en el filme algo que, en cualquier caso, tampoco estaba en la trilogía original. ¿Qué nos ofrece este Episodio 1? Mucho de nada.
Como hecho cinematográfico, como estética, como sucesión de imágenes, como exploración de nuevas tecnologías que sin duda configurarán dentro de ya mismo el séptimo arte, como puro juguete caro, capricho de un Howard Hughes contemporáneo, La amenaza fantasma merece matrícula de honor, doctorado cum laude. Como lenguaje cinematográfico, como descripción de personajes y planteamiento de situaciones, como montaje de escenas o simple colocación de la cámara, la película fracasa.
Para este viaje no hacían falta tales alforjas. Dos horas y pico de sucesión de efectos y contraefectos, de imágenes virtuales y actores de prestigio que no ofrecen emoción alguna en sus actuaciones no comunican aquella magia nerviosa, aquel desconcierto maravilloso de saberse solo contra una galaxia en pie de guerra. En los veintidós años que lleva convertido en mogul cinematográfico, sin perrito que le ladre ni (y es una maldad) ex-esposa que le monte los fotogramas, Lucas parece haber perdido el pulso no ya de la dirección, sino de la historia que quiso contar con emoción adolescente. La amenaza fantasma es una película fría, realizada más con el cerebro que con el corazón, como si el autor y sus técnicos dijeran "mirad lo que sabemos hacer", pero sin una historia válida que contar, sin sorpresas, sin poesía ni magia. La carrera de cuádrigas que torpedea el ritmo de la historia, por ejemplo, por muchos altibajos y obstáculos que pretenda ofrecer, no tiene jamás hueco alguno para el factor sorpresa. ¿Quién no sabe que Anakin vencerá a Sebulba? Y además, ¿a quién le importa?
La presentación y el desarrollo de los personajes es tan torpe que acaba la película y el espectador sigue sin saber cómo es Obi-Wan Kenobi, qué es lo que ve Qui-Gon Jinn en el niñito de marras, cuáles son las motivaciones del futuro emperador o por qué el consejo de Jedis actúa de manera tan obtusa. En La Guerra de las Galaxias (y es odioso hacer comparaciones, pero en este caso resulta obligatorio), la capacidad de síntesis hacía que, en un par de líneas de diálogo, el espectador supiera inmediatamente cómo era Han Solo, cómo era la princesa Leia, cómo era Obi-Wan o cómo era Moff Tarkin. Los diálogos eran sorprendentes y frescos, llenos de chispa en la contrarréplica y, en ocasiones de poesía ("tu camino discurre por sendero distinto al mío"). En La amenaza fantasma los diálogos son prácticamente inexistentes. Darth Maul apenas tiene dos frases, una de ellas de risa. Obi-Wan Kenobi unas siete. Y todos repiten tantas veces "Que la Fuerza te acompañe", como Santiago y cierra España ante todo tipo de argumentos, que la coletilla acaba por parecer estéril. Una mera frase hecha.
Gran parte de la película, efectos especiales a un lado, reposa sobre Liam Neeson, soberbio y lacónico como un John Wayne galáctico en su papel del maestro Qui-Gon Jinn, y desde luego que alguna que otra escena llega a recordar levemente a Centauros del desierto, la película favorita de Lucas. Sin embargo, para ser un maestro Jedi, Qui-Gon se muestra demasiado impulsivo, con una rebeldía contracorriente cuasi-jesucrística que no tiene más base sólida que, en efecto, cumplir al pie de la letra la máxima "confía en tu instinto"... o haberse leído el guión completo de la película antes de rodarla. Qui-Gon parece no plantearse las injusticias del mundo de Tatooine (cuya peculiar situación sí queda bien explicada: "la República no llega a todas partes"), casi ofuscado por su búsqueda de un mesías para el jediísmo. Alegremente cambia al niño por la madre, sin alzar una ceja mete al jovencito en una carrera mortífera, no duda en tratar de manipular a un manipulador con sus poderes brujos, y al final acaba muriendo de una manera menos heroica que tonta. A su lado, el eficaz padawan Obi-Wan Kenobi (infrautilizado Ewan McGregor) está de sobra, y la única función del personaje en la película parece ser la de recuperar la antorcha de la educación de Annie in extremis y emplazar al público hasta la siguiente entrega. Dos horas y pico y la trama galáctica no ha avanzado nada.
Y ese es el gran fallo de la película. Como "episodio uno" no revela nada importante, nada que el seguidor de la saga no supiera o intuyera. Más parecida a un episodio cero, en La amenaza fantasma la casualidad como eje de las acciones concatenadas no tiene nunca la justificación necesaria. Las cosas suceden porque sí, y cualquier posible pega a un curso de acción se resuelve con tres líneas de diálogo: propuesta-duda-réplica que zanja cualquier alternativa. En ningún momento se ve a Qui-Gon dudar sobre sus actos, no se plantea si es lícito o no separar al niño de su madre y lanzarlo a un universo de locos. Y lo que es peor, ni el niño ni la madre parecen sentirlo tampoco. Esa misma sensación de "está ahí porque yo lo digo" puede aplicarse al ataque de Darth Maul en el desierto y su resolución, a la aparición de los dos robots, uno de ellos en construcción, o al fácil y tonto recurso de desconectar a los androides de combate una vez eliminado el reactor de la nave que los anima. No hay trama, no hay subtramas, todo va a tiro hecho.
Quienes esperaban ver una República galáctica en su apogeo pueden darse con un canto en las narices, porque esta República aquí mostrada se insinúa (como siempre en un par de líneas de diálogo) como corrupta y agotada. Quienes esperaban saber cómo eran los Caballeros Jedi, pueden consultar el manual que hace poco se ha puesto a la venta, pues seguimos viendo a un muchacho y su maestro con poncho y botas de caña andar por el desierto y poco más. Quienes esperaban intrigas palaciegas, aunque no fueran precisamente las de Yo, Claudio, sólo verán una magnífica panorámica del Senado galáctico, una frase de moción de censura y poco más. El script de la película no debe alcanzar los cuarenta folios, tan poco aclaran, tan poco dicen. Toda la belleza de los diálogos parecen haber quedado para las voces en off que, en los USA, acompañaron a los anuncios televisivos (y que los afortunados pueden bajarse de la web oficial).
Quitando el hecho de su impecable fabricación virtual, tampoco las escenas de acción superan a las ya ofrecidas en otros capítulos de la saga. El duelo a tres entre Qui-Gon, Darth Maul y Obi-Wan no supera a los encuentros Darth Vader-Luke Skywalker de El imperio contraataca ni El retorno del Jedi. Y la coreografía de la batalla final, con algún bello momento desconcertante para el gran público (Qui-Gon que medita y Darth Maul que se mueve como un gato enjaulado a la espera de que se abra la puerta), no logra transmitir la fuerza necesaria en la maldad del Sith, o el uso de alguna artimaña por su parte para vencer a traición al caballero Jedi. Las cuatro acciones simultáneas que forman los últimos minutos de metraje (Amidala correteando por los pasillos de su palacio, Anakin jugando a marcianitos contra las tropas robóticas de la Federación, los gungan y Jar Jar contra el asalto por tierra y los dos Jedis contra el Señor Oscuro) no engarzan entre sí con la perfección con que lo hacían las tres subtramas de El Retorno. Es más, Lucas comete el sacrilegio de interrumpir la escena de máxima intensidad dramática, allá donde todo parece perdido con la muerte de Qui-Gon y la rendición de las tropas gungan, con alguna mojiganga fuera de lugar a cargo de Jar Jar, para luego volver al gran momento de la recuperación de Obi-Wan y la rápida eliminación de Darth Maul (situación que, en retrospectiva, parece obvia porque el personaje amenazaba ya con comerse a Darth Vader como malvado favorito de los aficionados; se nota que no lo habíamos visto hablar ni actuar).
A pesar de los recelos de Yoda y los miembros del consejo Jedi, a pesar del cartel de promoción en el preestreno, Anakin no ofrece ningún atisbo que indique que vaya a convertirse en el temible Darth Vader, y una escena que aparece en el libro, donde golpea a sus amigos y se deja llevar por la ira y se hace daño en una mano queda incomprensiblemente fuera de la película... a pesar de que veamos a Qui-Gon curarle la herida sangrante. El niño (cuya actuación no es mala, aunque tampoco sea para lanzar cohetes) resulta por un lado demasiado angelical y por otro demasiado pequeño. Su futura relación amorosa con Amidala roza aquí, dada la abrumadora belleza de Natalie Portman, la pederastía... ¿o no? Entre los dos o tres detalles que chirrían del argumento de la historia (siendo el tercero el que atraviesen el núcleo de Naboo para llegar desde la ciudad submarina al palacio), hay dos que, por mucha investigación sobre mesianismo que haya hecho Lucas, no encajan con el tono general que antaño tuviera la saga: Por un lado, explicar racionalmente la Fuerza por medio de unos bichitos microscópicos, los midi-chlorians (que a mí me recuerdan a los filotes de la saga de Ender, y que cada uno interprete lo que quiera), quienes convierten así a los Jedi en una especie de mutantes poseídos por parásitos, sustituyendo por bioquímica la metafísica. Por otro, el convertir a Anakin en "hijo virginal" o de concepción imaculada, pues su madre no puede explicar lo que pasó, sin que Qui-Gon achaque el hecho a ingenuidad de campesina o a los efectos de la resaca. Esa cualidad de hijo nacido de virgen, me temo, sólo sirve para entroncar a Anakin con su papel de elegido para restaurar el equilibrio de la Fuerza. Como ya sabemos que ese equilibrio no sólo no se produce gracias a Annie, sino que se trastoca, únicamente nos queda presuponer que quien de verdad es el elegido, quien va a traer ese equilibrio, como ya hemos visto, será Luke... quien por tanto debería haber sido concebido también virginalmente, ¿no? Ergo poco sexo habrá en futuras entregas entre Anakin y Amidala.
El miscasting de Jake Lloyd para encarnar el papel (el ideal habría sido el modelo de Mickey Rooney de Forja de héroes, me parece: un pillastre baqueteado en la vida en las calles, de buen corazón pero capaz de recortar esquinas, Han Solo niño) se refuerza en las escenas de diálogo con Natalie Portman, disfrazada de Padme o no. Alguien tendrá que recurrir al subterfugio de los "soulmates" para explicar esa relación amorosa, porque tal como se ve en esta película (aunque la reina tenga trece años, Natalie tiene decisiete... y se le notan), no se la cree nadie. ¿O es que Kenobi es ciego? Por cierto que una de las damas de compañía de la joven reina es la hija de Francis Ford Coppola, de aciago recuerdo por su actuación en El Padrino III. Por fortuna, aquí tampoco ella tiene diálogos.
La película abunda en el humor infantiloide y algo escatológico, pedos bestiales incluídos, y presenta al personaje Jar Jar Binks (Jar Jar Stinks, según los que odian su presencia), que no llega a ser tan cargante como nos temíamos. Por lo menos habla. No anda el pobre a la zaga del Rey Huevo o del presentador bicéfalo de la carrera de cuádrigas, un ejemplo más de que la factoría Lucas pasa sin sonrojo de lo sublime a lo ridículo. Un desenlace facilón, y unos precursores de los stormtroopers que dan más pena aún que estos (¡un robot al que, desconectado, se le cae la cabeza!), se ven acompañados de guiños para fans, sobre todo en la banda sonora: el grito de los moradores de las arenas, el "u-chi-ni" de los jawas, el aullido wookie en el Senado, la hoguera donde arden los restos de Qui-Gon, los inevitables precipicios donde los héroes caen y recaen mientras se baten a espada láser, la entrega de premios fin de curso... o el guiño a E.T.. (quien a fin de cuentas conocía a Yoda).
Bellísimas las alusiones a Metrópolis en el planeta-ciudad de Coruscant. Impresionantes las imágenes subacuáticas (tras un planeta desértico, un planeta selvático y un planeta helado, la única referencia a Flash Gordon que faltaba) y los exteriores del palacio de Naboo o el templo con los dioses Gungan, de ligero parecio hindú. La carrera de cuádrigas, o el videojuego insertado en la película como en otras se insertan videoclips (y seguro que esto empieza una moda), tuvo en mí el mismo efecto que en Jabba el Hutt, por lo demás uno de los momentos más memorables de la cinta: Impagable ver que se queda dormido, porque el resultado no le importa.
En resumen, La amenaza fantasma no llega a ser ni siquiera como nos la temíamos. No es que George Lucas esté falto de ideas, lo que necesita es pulirlas, alguien que le escriba mejores diálogos, como ya hicieron Leigh Brackett o Lawrence Kasdan, y posiblemente un director que no parezca que está dirigiendo a unos actores delante de una pantalla azul, que sabe lo que está contando pero no es capaz de dejar claro por qué sus personajes actúan como lo hacen. El diseño de producción no lo es todo en una película.
Y no, no vale decir que es el primer acto de una historia en tres. El vacío argumentístico de este primer episodio, donde se desperdicia tantísimo tiempo cinematográfico para que Kenobi adopte a Anakin Skywalker como pupilo, no presagia un segundo episodio lleno de profundidad o de fintas en la finta de una finta. Y ya Lucas ha anunciado que dirigirá él mismo las secuelas: a fin de cuentas, a la segunda unidad (o sea, a los diversos departamentos de efectos) se debe casi todo lo salvable de la película, y la dirección de actores (tras tantísimos extras virtuales, los extras de verdad de la carrera de cuádrigas se nota que están sentados en una tarima viendo pasar nada por delante) no debe suponer demasiado esfuerzo.
El desangelado marco estructural de la película hace sospechar que, por mucho que nos duela, George Lucas no tenía nada que añadir ni descubrir sobre su histórica trilogía.
No, no lo acompañó la Fuerza.
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