El bondismo, lo saben ustedes, es más que un tipo de películas. Es un género propio. Por mucho que se imite (y recuerdo aquel horrible y hortera agente Flynn norteamericano, o los más simpáticos agentes de C.I.P.O.L., y hasta al amigo Tom Cruise haciendo piruetas en su puesta al día de Mission: Impossible), el agente secreto y asesino británico es inimitable. Aunque 007 cambie de rostro (y, según sostenemos algunos, de persona "real" cada vez que la franquicia se reinventa), una película de James Bond tiene algo que la identifica. Se le intenta copiar, como mucho se le puede hacer algún homenaje... o se puede batir por completo la propuesta y crear un personaje mucho más simpático como Indiana Jones.
Lara Croft, dicen que personaje de videojuegos, es una mezcla de ambas tendencias. Imita descaradamente a Bond en un montón de cosas (me pregunto si Angelina Jolie declamará en correcto inglés británico o no), y tira sin disimulo hacia Indiana Jones. Más que "Tomb" Raider (donde se nota la influencia jonesiana de manera incluso ingenua), lo que saquea la amiga Croft es a sus referentes.
Y, como el templo de Alejandro sumergido, lo saquea mal. ¿Han visto ustedes un personaje más simplista, más hortera, más descafeinado y, sobre todo, más antipático que Lara Croft? La Jolie, que está de toma pan y moja, y de cuyo rostro hace acertadamente una reflexión mi amigo Carlos Pacheco que no voy a repetir aquí, por aquello de que hay lectoras, se pasea por toda la película haciendo muecas de asco, alzando las cejas y, algo de agradecer, dejando que la luz inunde sus ojos. Poco más.
Por lo demás, aunque ya lo esperaba, la película no tiene ni pies ni cabeza. Al estilo Bond, se va saltando (literalmente) de escenario exótico a escenario exótico, aunque a veces canta que estamos en decorados, en busca de una piedra de Shankara perdida que, oh maravilla, hasta tiene un pentagrama interno miles de años antes de que se invente el pentagrama. Los malos son de rubor, mera carne de cañón. Aún peores son los comparsas de la macizorra de Lara: contratar a un actorazo como Chris Barrie (El enano rojo, The Brittas Empire) para que haga esto es para darle con un nunchaku en el ojo al guionista, al director y al encargado de casting.
Por no hablar del continuado deus ex machina que vamos encontrando como remate de cada escena. En mal remedo del videojuego de donde parte, Lara et company van pillando las cosas más peregrinas en los sitios más insospechados: todo vale. No es necesario que haya la más mínima coherencia, puesto que todo se sacrifica a la espectacularidad de la trama.
Lo malo es que la espectacularidad está tan mal rodada, tan confusamente mostrada, tan retorcidamente expresada que, la verdad, podían haberse ahorrado la molestia. Que una película de acción funcione mejor en los momentos de charla de los personajes es para cuestionarse si, de verdad, no estamos ante un grado de sofisticación en el descuido importante.
No he visto la peli anterior (aunque mis hijos la tienen en video), así que no sé si Lara ligaba o no en su anterior aventura. Aquí, más o menos, liga. Con una especie de Jon Sistiaga que parece salido, ay, de una peli de porno blando al estilo Emmanuelle y los últimos caníbales, pobrecito mío. Vale que haya que buscar un oponente masculino que no haga sombra a la Jolie, y que no iban a enfrentarla a Harrison Ford, pero tampoco es plan de sacarse de la manga el final que se sacan, digo yo.
Porque me queda la duda, verán ustedes, de dos o tres cosas. ¿No le salen a Lara las misiones por un cojón de pato? Dondequiera que vaya va dejando atrás barcos, motos acuáticas, aviones invisibles, motos, artilugios tecnológicos... ¿Qué cara le pone al final el MI6 cuando la nena vuelve con dos payasos tatuados y las manos manchadas de sangre? Y, tres, si estaba prisionera del malo en la cueva, ¿de dónde puñetas saca la pistola en la escena final?
Ah, claro, debió ser un bonus tras saltar de piedra en piedra.
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