Como decía en uno de los comentarios a la anterior historia, este artículo (ya publicado en Dolmen hace un año, lo digo yo antes de que JL lo anuncie), es el complementario al dedicado a la tele. Pero se puede aplicar a cualquier otro campo de la cultura (o de la subcultura o de la cultura popular o como queramos llamarlo: a mí me da lo mismo). La política de tierra quemada que emprende no se sabe muy bien quién o quiénes consiste en eso: en acabar con los referentes, en infrautilizarlos, en neutralizarlos. ¿Cuántos de las generaciones jóvenes habrán pillado la referencia a El temible burlón en la peli de los piratas? ¿A El día de los trífidos en 28 días después? ¿El bellísimo homenaje que se hacía a Orson Welles en aquella película tan infumable, La sombra? ¿Cuántos que no leyeron en su día los tebeos de ocho páginas de Steve Ditko se quedaron sin pillar qué era de verdad Bruce Willis en El sexto sentido? Al final, no será cuestión de ser más listo, sino de tener más memoria. O de tener la posibilidad de acceso a la memoria.
El artículo en cuestión:
«Si se calla el cantor, calla la vida», lloriqueaba guitarra en ristre algún sublime cantautor sudamericano allá por los años setenta. Qué razón tenía, oigan (y qué complicado es iniciar un artículo sin citar directamente al muy manido Santayana, porque además aquí viene poco al caso).
Aplicando y adaptando el adagio al tebeo de nuestros amores y nuestros desvelos, bien podríamos empezar a darnos cuenta de que como esto siga así nos quedan tres padrenuestros y a otra cosa. Porque tenemos a un montón de obras y autores callados como muertos.
Sí, bueno, vale. Muertos están. Pero precisamente la gracia del ser humano es que sobrevive al campo de malvas gracias a su obra artística, si ésta queda. Lo malo es que la obra desaparezca con el autor. Tempus fugit, como suelo explicar en mis clases de literatura universal/espectáculo-RM-en-directo.
Hay una diferencia. Yo les puedo soltar a mis chavales el rollo sobre Homero, sobre Dante, Petrarca, Boccaccio, Shakespeare, Milton, Baudelaire, Robert Louis Stevenson, Conan Doyle y hasta Isaac Asimov, James Ellroy y J.R.R. Tolkien (mis clases son así de heterodoxas). Y si alguno de ellos tiene curiosidad y quiere ampliar lo visto en clase, puede conseguir sin problemas La Divina Comedia, El mundo perdido o Requiem por Brown.
¿Pero qué nos quedan de cien años y pico de historieta? ¿Dónde está el trabajo de todos esos soñadores que han precedido a los muchos listillos que hoy viven de esto? La historieta, ay, se ha quedado sin historia.
Viene esto a colación porque he dedicado unas semanas a leer nada menos que el Popeye de E.C. Segar en la magnífica edición que Fantagraphics produjo hace una década (y que, no sé muy bien por qué demonios se me pasó por alto; cosas de dinero, supongo). Sólo he podido conseguir los tres últimos tomos, y desde entonces ando como loco intentando hacerme con el resto. Cosa imposible, aunque no desespero.
No son caprichos de coleccionista ni que me haya vuelto más mochales de la cuenta. Si hablamos de obras maestras (y se nos suele llenar la boca aplicando el término al comic-book de la semana... cada semana) en este Thimble Theater y sus pintorescos personajes tenemos una, e ineludible. Una historieta donde se aúnan el humor y la aventura, donde Segar se pasa por el forro del abrigo todos los convencionalismos habidos y por haber y es capaz de contar el gag en la viñeta dos de la tira y seguir adelante con su argumento, o desviarlo a placer, entretenerse con personajes secundarios, divertirse sobre la marcha y lograr (setenta años después) sorprender con los vericuetos y los hallazgos de su narrativa merece, más que un respeto, un estudio, casi diría que una obligatoriedad para todo el que esté mínimamente interesado en esto del tebeo y quiera saber de dónde venimos y hacia qué castañazo vamos.
Pero no. Popeye está hoy olvidado, despreciado, vilipendiado, ignorado por los lectores, que como mucho podrán confundirlo con su versión para los dibujos animados. Y quien dice Popeye dice Blondie, Educando a Papá, Krazy Kat, Rip Kirby, Big Ben Bolt, Johnny Hazard y un etcétera más largo que toda esta bitácora y Blogalia juntas.
Me podrán decir ustedes que hay tebeos que envejecen y que recuperarlos sólo puede explicarse como un ejercicio trasnochado de nostalgia. Y es verdad. Pero también hay tebeos que no envejecen, sino que maduran, y que son piedras angulares del género (un inciso para aclarar que yo uso los términos "el medio" o "el género", refiriendome, naturalmente, al género literario de la historieta) y que por imperativos de mercado no están al alcance de nadie. Son esos tebeos a los que, como a las obras literarias o cinematográficas, se puede aplicar sin complejos la acepción de "clásicos", es decir, aquellos que perduran a través de los tiempos.
¿Pero dónde encontrarlos? ¿Dónde está hoy Little Nemo? ¿Dónde los Katzenjammer Kids? ¿Dónde Flash Gordon? ¿Dónde Male Call? ¿Dónde están Cuto, El inspector Dan, Una escuela en la torre de los contrabandistas, El Cid? ¿Dónde están Michel Tanguy, Tex, Ric Hochet, Oump-pah-pah, Aquiles Talón? ¿Dónde están Red Ryder, Ticonderoga, Nippur de Lagash, Comanche, Alack Sinner, Gil Pupila, Ken Parker, Mandrake, Mickey Mouse, El Eternauta, Buddy Longway, Tarzán?
Ni siquiera aprendiendo idiomas y buceando (más que navegando) en internet se pueden encontrar la mayor parte de estos tebeos. El fenómeno no es sólo español, sino mundial. El tebeo está muerto porque sus obras han desaparecido de la memoria colectiva.
Obras maestras de la historieta, iconos populares de generaciones anteriores hoy son en su mayor parte papel mojado a quienes la injusticia de la historia les ha pasado por alto. No existe un "depósito" de fácil alcance donde al menos se pueda acceder a ellos, el equivalente si acaso a un museo periodístico (al menos yo no lo conozco, y en España sin duda que no lo hay). Como filosofaba el replicante en Blade Runner, todo eso se perderá como lágrimas en la lluvia. Se ha perdido ya. La estrechez de entendederas del lector y el editor de hoy, que lo ha maleducado, no llega más allá de 1995 o, en su defecto, del momento en que esos lectores empezaron a leer tebeos (¡y hay que ver cómo se puede desde la nostalgia glorificar títulos como las Secret Wars!). Se ha olvidado que el medio no empezó con el lector de hoy, sino mucho mucho antes, y que ya se habían explorado historias, conceptos, recursos y personajes a conciencia y a placer.
Hubo un antes y fue una edad de oro. Hubo pioneros que descubrieron la luna y viajaron más allá de lo que podremos viajar siguiendo los sueños que hoy sueñan sus herederos. Hemos vuelto a la Edad Media, a la Edad Oscura, a los tiempos donde no se cuentan historias porque no se sabe cómo se cuentan, porque no se ha escuchado contarlas a los poetas ciegos de su momento.
La historieta ya no tiene historia porque ha olvidado a sus maestros.
Lo malo es que cada vez es más difícil enviar una partida de rescate, un grupo de exploradores para encontrarlos, y que además sepan hallar el camino de regreso.
Comentarios (40)
Categorías: Historieta Comic Tebeo Novela grafica