Hay películas que son como un polo de limón. Refrescan, quitan la sed y se agradecen. Vale que no pasarán, supongo, a la historia del séptimo arte, pero el espectador sale del cine con la sonrisita hueca de haber estado divirtiéndose un rato. Y en verano eso, sobre todo, es ya de por sí un logro.
Hollywood busca material para hacer películas de los sitios más raros. Hubo una época en que hasta contrataba a escritores de primera fila para que les hicieran guiones (luego se cargaban los guiones, pero esa es otra). En ocasiones, fueron sus guionistas quienes luego dieron el salto a la literatura. La búsqueda del más difícil todavía y del más ruidoso todavía que nos tiene malditos desde hace más de dos décadas se centró durante un tiempo en los cómics, los viedojuegos, las series de televisión y ahora, rizo de rizos, parece que en el parque temático de Disneylandia. Cosa que no es de extrañar, porque ya hemos visto cómo esos parques temáticos reproducen sin complejos las escenas, acrobacias (y, sí, explosiones) de las pelis de moda.
Piratas del Caribe: La maldición de la Perla Negra deriva, según nos dicen, de la atracción de los piratas de las muchas sucursales que los herederos/usurpadores de Walt Disney tienen distribuidas por América, Asia y Europa. Y dicen los enterados que además bebe y bastante de un video juego, Monkey Island o tal que así, circunstancia que no he podido comprobar porque yo de videojuegos no entiendo nada: me quedé con el primero que llegó a los bares, el de las palas de tenis, ¿recuerdan?
Pues bien, a pesar del origen tan poco "noble" de la historia, lo cierto es que la peli resulta un divertimento absoluto, un montón de peripecias acumuladas con los suficientes pies y cabezas para que los 132 minutitos de nada (no sólo es largo el título de este film) no atosiguen y la acción remonte sin problemas los dos o tres momentitos en que se viene abajo. Un pulidito al guión y unos diez minutos menos de metraje quizá nos habrían entregado una película de culto para el futuro, el equivalente pirático de Star Wars o Indiana Jones, no sé si exagero. Le falta un punto de peligro a la historia, un algo de incertidumbre que nos asegure (porque todos los héroes y antihéroes son encantadores y alguno/alguna incluso guapo) la emoción de no saber quién puede morir o quién sobrevivir a esta lucha por... ¿desembarazarse de un tesoro?
Por lo demás, la aventura cinematográfica cuenta con una fotografía excelente, unos actores que parecen en efecto sacados de ilustraciones de Howard Pyle (o de Victor Hubinon: fíjense en el gigantesco pirata negro y díganme si no tenían delante a una versión hardcore de Babá, el de los tebeos de Barbarroja), y una música suficientemente enganchante y que remarca las escenas de ese sentido épico característico (y que, de paso, me recordó un par de veces a la banda sonora del Drácula de Coppola).
Mención aparte merece, claro, el simpar Johnny Depp y su carismático pirata mala pata (aunque no la tenga de palo), un Jack Sparrow que entronca directamente y yo diría que sin agachar demasiado la cabeza con el pirata por antonomasia de la literatura, Long John Silver, y que compone un personaje zumbón, eternamente colgado, simpático y a la vez con un cierto toque ambiguo (y no solo en el plano moral, sino en el sexual). Dice Depp que se basó en Keith Richards de los Rolling Stones para el papel, aunque a mí por momentos me recordaba a Samny Davis Junior. Debe ser muy difícil para un pirata que se tercie mantenerse erguido en tierra: aquí se nota perfectamente.
Jack Sparrow es tan brillante, tan bigger than life, tan literario, que incluso eclipsa al otro grandísimo personaje de la película, el traidor Barbossa que encarna con acierto ese gran cómico que es Jeffrey Rush. Un poco más de lucimiento por parte del actor inglés hacía falta, me parece. Para ser el malo de la función le faltaba el empaque de un Capitán Kidd o de un Barbanegra.
Orlando Bloom interpreta un personaje de corazón y sombrero blanco, un héroe casi salido de cuento de hadas (o de La princesa prometida, a la que esta película me recordó en algún momento). Libre de las heroicidades de Legolas, el joven Will Turner supera con éxito cualquier parecido con héroes juveniles tipo Luke Skywalker, con quien tanto se emparenta, y es capaz de ser intrépido, aguerrido y noble sin tener al mismo tiempo que ser ingenuo y algo cargante, como suele suceder en este tipo de personajes. Es curioso que el papel de la bella Elizabeth Swann, tan parecida la actriz que la encarna a Natalie Portman (de hecho, Keira Knightley fue una de las criadas de Amidala en La amenaza fantasma), esté doblada en castellano por la misma voz de la reina galáctica.
Queda en el aire, como en todo buen culebrón que se precie, la idea implícita por momentos de que Jack Sparrow y Will Turner son hermanastros, de ahí que el primero reconozca al segundo al instante y que el propio Jack se corte la palma de la mano para unir su sangre a la de Will en el momento en que se deshace el conjuro. ¿Un guiño de guión que será resuelto en una previsible (y deseable) segunda parte?
Impresionantes las escenas de los piratas esqueléticos, no ya por lo apabullante de su puesta en escena, sino precisamente por la naturalidad con que se pasa de momentos con luz de luna (siempre llena, je) a momentos de oscuridad sin hacer alarde de complicados efectos especiales. Y, para los que amamos de siempre a los piratas (¿saben ustedes que dicen que Jean Lafitte fue quien subvencionó la publicación de El manifiesto comunista?) y hasta hemos escrito de abordajes en la niebla y de ejecuciones sumarísimas que nunca llegan a ser (o tal vez sí), el homenaje a El temible burlón nos llegó al alma.
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