En España conocimos su obra tarde y mal. Tarde porque el contenido erótico de sus tebeos nos llegó en la transición (de la mano de la revista Totem) y mal porque se empezó a publicar su larga saga de la soñadora Valentina a partir de una historia en concreto ("Baba Yaga"), sin explicación alguna, con lo cual todos los referentes que hacían falta para entender muchísimo de lo que pasaba se nos quedaron vetados. Un poco después Lumen publicó dos o tres tomos con historias más antiguas de Valentina, pero tampoco fueron exactamente las primeras.
Valentina, lo sabrán ustedes, es un mito erótico propio del arquitecto italiano, basado en el corte de pelo de la actriz de cine mudo Louise Brooks, que se convirtió en mito erótico de un montón de gente. Las caderas de Jane Birkin, esa mirada lánguida como de humo, los labios sensuales y el flequillo negro. Un encanto de criatura a pesar de que tuviera un marido mutante o casi (Philippe Neutrón, a quien le robó la cabecera de la serie en cuanto el otro miró para el otro lado).
Ahora nos dirá la prensa (si se entera) que Crepax fue un gran autor de fumetto erótico. Vale. Crepax fue un gran autor de fumetti de todo tipo. O, en todo caso, un maravilloso explorador del comic como medio. Sus montajes analíticos, sus juegos con el flashback, la manera de diferenciar sueño y realidad son exploraciones valiosísimas que por desgracia poca gente ha tenido los redaños de seguir explorando. Crepax trasladó quizá sin saberlo no sólo la gramática del cine al tebeo, ampliándolo y extendiéndolo, sino también toda esa filosofía del realismo mágico y de la novela experimental de los años sesenta. Su Valentina mezcla erotismo y aventura, misterio y ciencia ficción, sueño y muerte y nacimiento. ¿Pequeñoburguesa de izquierdas? Como su propio autor. Como todos nosotros, supongo.
Crepax conocía los tebeos, los había mamado. Era hijo de los clásicos y no es extraño que Valentina fabulara con Mandrake y otros personajes de historietas, que en las fiestas de disfraces todos fueran disfrazados no de piratas o de fantasmas sino de personajes de comic. Cualquier historia de ese Crepax primerizo está llena de experimentación y desarrollo, de ganas de ensanchar las posibilidades narrativas y descriptivas del medio.
Además de Valentina, Crepax fue capaz de crear historias inquietantes como Anita o H. Y sus adaptaciones de clásicos y no tan clásicos del erotismo y la novela son verdaderos puntos y aparte, o mejor, puntos de unión, entre lo que debiera ser la relación entre historieta y novela. Adaptaciones como Historia de O (para mi gusto el mejor tebeo erótico de todos los tiempos), o Emmanuelle (o cómo hacer un tebeo de lujo a partir de un best-seller magnificado por el sentido de la cualité y el bombazo cinematográfico, apartándose lo suficiente para ser una obra personal y digna), y sobre todo su Conde Drácula, de la que tanto mamó Francis Ford Coppola para su versión en cine, quedan no como caprichos de un autor sin ideas, sino, una vez más, como empujones testarudos y propios al desarrollo de un medio.
Hace mucho tiempo que no se publican obras de Crepax en España. Tal vez su muerte sirva, al menos, para remediar esa gran laguna que de su obra seguimos teniendo.
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