Marvel Studios, que es ya una división de Disney, ha hecho una extraña pirueta en su presentación en cine de los personajes de la casa editorial que ahora posee y, tras lo que han llamado fase uno (la introducción de los personajes sueltos que han ido a unirse en esa especie de megacrossover que fue Los Vengadores) inicia la fase dos recurriendo no a su abundante poso editorial (cercenado en parte porque tres de los títulos-franquicias-subuniversos más potentes están en otras manos: a Spider-Man, X-Men y Fantastic Four me refiero) sino a unos personajes relativamente recientes y no asentados en el Nueva York que ha sido habitualmente la capital de los superhéroes.
¿Una jugada arriesgada? Posiblemente. En realidad, una jugada maestra. Uno duda que los Guardianes de la Galaxia (versión 2.0) tengan ningún punto de atractivo incluso para la gran masa de lectores de tebeos, pero ahí está precisamente el quid de la cuestión. Obviando que los contactos con la parte cinematográfica de los cómics son los guionistas de estos tebeos, no podemos olvidar que ha vuelto a abrirse el litigio entre los herederos de Jack Kirby y los actuales dueños de la editorial, el motivo de la sustitución o el cambio de look de los personajes de toda la vida (como ya sucedió con Superman hace unos pocos años) o la anunciada muerte de alguno de ellos: todo por demostrar que esos personajes ya no son los que Kirby creó o co-creó hace cincuenta y pico años.
Tampoco podemos pasar por alto la prueba del nueve, esa que tanto duele: los lectores de cómics son una inmensa minoría en un mar de consumidores. A la productora cinematográfica le da lo mismo llevar a las pantallas un personaje que otro. Todo es hype. Que un personaje tan secundario como Iron Man se haya convertido en un triple (o cuádruple) éxito de taquilla indica ya, desde que comenzó esta historia, que sólo hacen falta un par de buenos actores, una inversión razonablemente potente, mucho humor y mucha publicidad para fabricar un éxito. O sea, lo que viene siendo de toda la vida el séptimo arte. Ojo, pues, a lo que puede ser el futuro de Marvel Studios de aquí a pocos años, cuando los actores envejezcan o se cansen y se tire hacia otros personajes aún más secundarios que estos Guardianes de la Galaxia (versión 2.0)... o se creen otros superhéroes directamente para el cine.
¿Y la película, me dirán ustedes? Pues, violencia aparte, quizá la más Disney de todas las que hemos visto hasta ahora. Los personajes tienen carisma (menos Gamora, ay), y sentido del humor: en realidad, lo mejor de todo son los chascarrillos (a los que imagino que hay que agradecer, por una vez, al doblaje tanto en voz como en traducción) y la interacción entre unos y otros, en especial el tan denostado Mapache Cohete y al simpático Groot.
Sin embargo, la película tiene un argumento lleno de agujeros y sacadas de la manga (¿qué demonios hace la nave de Starlord aparcada allí mismo en el penal espacial?), con momentos de absoluto rubor (el bailecito del principio, ampliamente superado por el bailecito del final), una elección de supervillano (Ronan) que más que miedo da risa (me recordaba a Data), y una exposición de tramas y subtramas que oscilan entre lo confuso y lo tonto. El palimpsesto que se hace sobre Star Wars episodio IV (y algunos otros momentos de la saga, incluido el principio a lo Indiana Jones) es demasiado evidente. El paralelismo con las Bolas de Dragón, tan hábilmente escamoteado en los cómics, es en el cine un handicap añadido.
Mención aparte merece el diseño de producción: la estética es fea y confusa, los diseños de la máscara de Starlord o el mismo Ronan son ridículos, Xandar (el único planeta que pueden usar, me imagino, puesto que todos los demás pertenecen a las franquicias hipotecadas -literalmente- de X Men o Fantastic Four) parece la Expo sevillana, y el cuerpo de Novas es una mera escuadrilla de cazas-T con muchos picos y purpurina.
Eso sí, los niños aplaudían.
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