7. MADE IN AMERICA
Lo que Lee tenía que contar ya lo contó en su momento. Fue capaz de poner la máquina a punto y echarla a andar, lo cual ya es bastante. Si alguna vez dio la impresión de que era un rebelde al sistema, su salida del mercado por la puerta de plata contradice cualquier impresión de que fuera un luchador por la causa como, ahora, se nos vende la imagen de Jack Kirby o se le niega (por ser aún más individualista y facha) a Steve Ditko.
El mérito de Lee quizá esté más en sus funciones como "editor" que como argumentista. Sus magníficos textos y sus exaltados diálogos podrían parecernos hoy superados, y quizá así sea, pero en su momento rompieron moldes y demostraron que había que leer los bocadillos para disfrutar de un tebeo. Los dibujos de Jack Kirby se leen y admiran solos, pero son los diálogos que inserta Lee, los cambios que Lee fuerza, los engaños que Lee escamotea (por ejemplo, la discusión respecto a la cicatriz diminuta de Doctor Doom, según quiere absurdamente Kirby; la personalidad de Green Goblin, un tipo anónimo según exige Ditko), son lo que al fin y al cabo han venido a dar la imagen de la casa, la marca de fábrica.
Es posible que Lee no quisiera o no le dejaran continuar siendo el papá sonriente pero tiranuelo dentro de la casa. Es posible que, fuera ya de la empresa los artistas con los que mejor se entendía y con los que más se peleaba (y a lo peor a los que más ideas robaba), él mismo se diera cuenta de que diez años en el mundo del comic (diez años de entonces, equivalentes a unos dos de ahora) son demasiados, más de una o dos generaciones de lectores. Es posible que, al dictado el género de terror y de kung-fu que se imponía, con el despertar de la Distinguida Competencia y la aparición de títulos más "adultos" y con el marchamo de "cualité" al que desde entonces ha jugado DC a falta de poder desarrollar algo interesante en sus series más señeras, Lee comprendiera que su época como guionista y multipoderoso editor de todos los títulos de la casa había pasado. Una generación de nuevos lectores, dibujantes y escritores necesitaba una nueva generación de editores, y fue entonces cuando Lee se convirtió en el relaciones públicas de sí mismo que hemos aprendido a admirar y a repeler, identificándose quizá sin trasfondo real con la maquinaria que es Marvel (aquello de "el estado soy yo" pero en tebeos), publicitando productos inferiores cuando no horrorosos fuera del género para televisión o videojuegos (nunca cine), donde se saquean sin disimulo guiones de comic-books a los que se altera orden y significado, quizá porque todo vale una vez el tebeo está terminado y cobrado...
Stan Lee ha vendido siempre su imagen sonriente de abuelete insertado en el sistema, de creador millonario, despreocupado y feliz. Sabemos por otros autores que Marvel no los ha tratado bien, o que ha destrozado sus ideas o sus derechos, pero Lee jamás ha dicho esta boca es mía. Si ha tenido algún roce (que debe haberlos tenido, claro) con los "powers-that-be", con la gente que estaba y está por encima, nunca ha levantado la voz por la cuenta que le trae. Y aunque no se hablara ya con Ditko o con Kirby reconozco que jamás he leído más que alabanzas por su parte hacia sus compañeros de fatigas creativas. Quizá en eso, como en tantas otras cosas forzadamente alegres e intrascendentes, Lee no sea sincero. Mucho más que Kirby, casi a la altura del hosco Ditko, Stan The Man sigue siendo un desconocido escondido tras la cortina de humo de su sonrisa de gato de Cheshire.
Me da la impresión de que a Stan Lee nunca le ha importado demasiado el enorme potencial de lo que él y otros han creado; o, para ser más exacto, que no se lo ha tomado demasiado en serio. Y quizá hace bien.
A fin de cuentas, son sólo tebeos.
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