Vaya por delante que no comprendo el fenómeno zombi. Tanto, que prefiero escribir zombie, fíjense. Y no lo comprendo no desde el punto de vista cinematográfico, que sí, sino literario (por usar una palabra que no vale). No comprendo qué morbo puede tener llenar páginas y más páginas de historias que me temo serán (y uso aquí el verbo en su tono más aventurado) variaciones con repetición de un tema que poco puede ofrecer de novedoso tras la tercera carrera y la tercera puerta atrancada. Además, desde un punto de vista sobrenatural el zombie que ahora se estila ya no existe: no es fruto de la invocación de un hechicero, no son esclavos que se levantan de la tumba, sino esa cosa que vale tanto para un roto como para un descosido, "infectados". O sea, eso que uno no sabe si muerde y contagia o si muerde y sigue masticando. Ni muerto ni vivo sino todo lo contrario, según apetezca y convenga para lo que se quiera contar... si es que se quiere contar algo y no simplemente tener en la cuenta del debe con el planeta el haberse cargado un árbol por satisfacer el ego y fardar ante los amigos de facebook.
En cine el fenómeno zombie es antiguo: desde la primera adaptación de Soy Leyenda (El último hombre sobre la Tierra, 1964) que tanto influyó en George Romero y todo lo que de un tiempo a esta parte ha venido detrás. Casquería, sustito, miradas vacuas, arrastrar de pies, hábitos de consumo descerebrados a los que se controla con un tiro al cerebro, y ya zombies que corren. O sea, los nuevos indios.
La última película de Brad Pitt, ese muchacho que un día fue guapo y aquí tiene más ojeras que aquel ministro de UCD de quien tanto se burlaba Alfonso Guerra, es una especie de estilización del fenómeno. Después de los zombies televisivos y los zombies de Mila Jokovich, le toca el turno a la adaptación de uno de los libros que empezó toda la moda, y que se ha repetido y hasta plagiado ad nauseam. Con la salvedad de que el libro es una especie de reportaje y aquí se lo pasan por el forro y cuentan una historia que parece que tiene poco que ver. Eso que nos ahorramos.
Porque la película, desde luego, entretiene. Zombies vistos de lejos, sin casquería, para todos los públicos. Sin sustito, ni bocados sangrantes. Zombies ultimatizados y lobotomizados (aún más) para una historia que bien podría haber tenido como protagonistas a Indiana Jones o a McGyver, aunque con mala pata. Como si les diera un tanto de vergüenza, la película omite escrupulosamente cuantas veces puede el término "zombie", decantándose durante buena parte de la historia por llamarlos "zetas" o "no muertos" (yo creía que un no muerto era un vampiro, habrá que ver cómo lo dicen en V.O.) hasta que ya por fin abraza la nomenclatura. Por lo demás, es una vuelta al mundo en ochenta días con escenas de mucha acción, suspense lo justo, buena dirección, dibujos animados que escalan muros, un par de niñas odiosas y poco más.
Transmite muy bien la sensación de fin del mundo, de apocalipsis, aunque uno no se crea del todo algunas de las propuestas (la escena en Jerusalén, pese a lo impactante, no tiene ni pies ni cabeza). Entretenimiento para un verano caluroso (si en el cine está conectado el aire acondicionado, que ahora con la crisis escatiman en todas partes) y que quizá tiene como defecto que desciende en el último tramo del metraje, cuando se pasa del susto veloz y la escena multitudinaria de los zombis que corren a la tensión de los pasillos del laboratorio y los zombis que vegetan.
El final parece un tanto sacado de la manga, un deus ex machina no suficientemente convincente, a pesar de la voz en off que amenaza con que la guerra continúa.
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