Quizá no fuera un gran actor, pero fue lo más parecido que hemos tenido en este país a un héroe de acción a la usanza de otros héroes y otros cines. Era guapo, chulo, con voz de alcohol y tabaco y fue, antes que el bandolero que lo haría eterno, el camionero Paco de aquella excelente road-serie que fue "Los camioneros", y el primer D'Artagnan que conocimos, posiblemente el mejor y el más fiel al espíritu de la novela de Dumas, en la adaptación de "Los tres mosqueteros" que los niños de mi época veíamos hipnotizados en aquella serie, "Novela", que nos acercaba a los clásicos aunque fuera a través del cartón piedra.
Pudo tener una carrera en el cine internacional pero, dicen, se metió en un lío cuando sedujo (o se dejó seducir) por Raquel Welch durante el rodaje de "Los 100 rifles", anécdota a la que luego se quiso sacar partido con "800 balas", pero ahí queda hecho. Nos lo creímos como jugador compulsivo y yanqui en la versión de Estudio 1 de "Doce hombres sin piedad", donde no desentonó nada con los demás monstruos escénicos que lo rodeaban. Y fue, no olvidemos tampoco, Jarabo en "La huella del crimen".
Encontró su hueco en la eternidad en aquel western andaluz donde se venía a recoger lo poco que quedaba ya del boom del cine del oeste en Almería, y entregó durante mucho tiempo aquel personaje recio y noble donde la propaganda de la época quería ver un trasunto de su amigo Adolfo Suárez aunque la ideología de Curro Jiménez estaba un poquito más cerca, o eso me ha parecido siempre, de lo que entonces se nos antojaba que iba a ser Felipe González. Con Curro Jimenez se encasilló para siempre, se convirtió en icono y en leyenda, hasta el punto de intentar, con "La máscara negra", reverdecer un estilo y una época, antes de regresar de nuevo a los atracos y las sierras. No deja de ser curioso que quienes trabajaron con él en aquella serie de aventuras sin más complicaciones que contar buenas historias de género, fueran pocos años más tarde los adalides y adalidesas de las leyes de cine subvencionado que acabarían por dinamitar el género en nuestras producciones, handicap que todavía arrastramos y lo que nos queda.
Tenía pinta de golfo y de paisano, de tipo auténtico, de chuleta de barrio noble y duro al mismo tiempo. Entraba en una edad en que podría haber sido el heredero natural del gran Paco Rabal.
"Algarrobo, a los caballos". Su frase característica resuena hoy hueca en los picos de Sierra Morena.
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