Es uno más de los errores en los que vivimos instalados. No sé cuántas artes hay (tampoco sé cuántos colores), pero tengo claro que, en cualquier caso, no hay un escalafón de una a otra, y, si lo hubiera, imagino que serían la música, la arquitectura o la escultura, las más difíciles, en tanto requieren unas habilidades y unas capacidades que van más allá de lo meramente artístico para solaparse con elementos matemáticos o físicos.
Lo que tengo muy claro es que la historia del arte dentro de la historia de la humanidad no es la evolución del señor que marcó una cueva con la palma de la mano hasta llegar al cine.
Estoy corrigiendo en clase esa horrible tortura que son los comentarios de textos, y en los dos últimos, Romeo y Julieta y El guardián entre el centeno (no, no pregunten qué baremos siguen quienes mandan que los chavales lean según qué libros) en la pregunta final, cuando los estudiantes tienen que explayarse y demostrar lo importantes que son esas obras y lo mucho que han influido en el futuro que es nuestro presente, zas, no falla quien cite, antes que nada, las películas que adaptan esas obras (o que no las adaptan, caso de Salinger). Como si, en efecto, Shakespeare hubiera sido un pobre patán (que lo mismo lo fue) y sus cinco siglos de historia hubieran sido un precalentamiento, un estar ahí a la espera en segundo plano para que Franco Zefirelli, Leo di Caprio o peor aún, el autor de A dos metros sobre el cielo lo llevaran a la gloria de las pantallas, las palomitas y la efímera popularidad que da el cine hasta que se pueda descargar (que parece que ahora se puede menos) en cualquier página pirata.
Pasa también en la literatura de hoy. Nos partimos el culo por escribir un libro y nuestro sueño húmedo (el mío también, conste) es que nos compren los derechos y hagan una película. O una serie. Y en los cómics: antes se creaban personajes que a su vez configuraban universos. Ahora lo que se pretende, en todo caso, es crear personajes que puedan llevarse a las pantallas.
Cosa que me parece muy bien. Pero desbarramos. Fallamos el tiro. Nos equivocamos en la percepción. Ojalá llevaran al cine un libro o un tebeo mío. Aunque en el proceso deje de ser mío. Me dejará dinero. Pero no significará que sea un paso adelante, un honor, un salto cualitativo. El tebeo, la novela, el cuento, la obra de teatro son lo que son. El cine da popularidad, no prestigio. Da dinero, no otra cosa.
Arrugas puede ser, por ejemplo, una gran película (no la he visto aún; en los pueblos no se estrenan estas cosas), pero no creo que sea mejor que el tebeo. Porque no se puede comparar, primero. Y porque, en todo caso, es el cine el que necesita Arrugas (como necesita hoy a los superhéroes o a cualquier personajillo de tebeo de medio pelo), no al contrario.
El cine no hace ningún honor. No ennoblece. No santifica. Simplemente, compra.
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