Casi parece que Steve Thompson, el guionista, quería quitarse una espinita de encima. Después de todo, su episodio de la primera temporada de Sherlock es unánimemente considerado el más flojo de los tres. Estoy seguro que este The Reichenbach Fall será considerado no sólo el mejor de la temporada que terminó el domingo (en la BBC), sino de toda la serie. Y la serie, ya lo estarán comprobando ustedes, es de sobresaliente.
Moffat, Gatiss y el propio Thompson le tienen ya cogido el pulso a los personajes y a la puesta al siglo de las andanzas del detective consultor más famoso del mundo. Se toman las libertades de jugar a su gusto con el canon, siendo al mismo tiempo respetuosísimos y rendidos amantes del mismo. Los chistes cruzados, las alusiones, las mezclas de casos y, en especial, la introducción de la tecnología de nuestro tiempo como parte intrínseca del planteamiento de los misterios y de su resolución nos ofrecen un producto fresco que no se parece a las otras series de detectives que pueblan la pantalla, y que quizá nos pemite atisbar el impacto que causó el Sherlock "original" en los lectores que tuvieron la fortuna de leer sus aventuras en el momento de su publicación.
La alusión del nombre (levemente desviado con respecto a cómo lo interpetamos) de este último capítulo nos lleva inevitablemente a imaginar cuál va a ser la conclusión (de hecho el capítulo comienza con Watson revelándosela a su psicoanalista). Todos sabemos que Sherlock Holmes murió para resucitar en la catarata de Reichenbach, pero Moffat en especial, perro viejo en esto de burlarse del público y de la prensa, tiene todavía los redaños de negar y afirmar al mismo tiempo lo que pasa: hasta un día después de terminada la segunda temporada no se anunció que ya estaba firmada la tercera... desde el mismo momento en que se firmó la segunda.
Si en el primer episodio veíamos a Sherlock como una especie de moderno Batman, aquí los vericuetos de la trama lo llevan, en la seguna mitad del capítulo, hacia Spider-Man. Cumberbatch es capaz de mostrar al personaje, tan altanero y lleno de recursos, completamente fuera de pie cuando es perseguido por las autoridades y la ilógica de los planes maestros concatenados de Moriarty lo saca de su mundo seguro y estructurado.
El episodio le pertenece, sin embargo, a Moriarty, con sus imposibles ojos oscuros (que recuerdan a los del Hyde del Jekyll de James Nesbitt, también de Moffat) y su histrionismo contenido solo cuando le interesa. Si alguien tuvo alguna vez dudas, en la temporada anterior, de la interpetación de Andrew Scott, creo que quedan disipadas con este capítulo final, donde el actor nos ofrece un recital de registros y demuesta que puede ser más letal que Hannibal Lecter. Scott se postula ya como ganador de los prestigiosos Bafta de este año que empieza... lo mismo que este episodio se considera ya, y estamos a enero, como lo mejor que ofrecerá la tele, británica o de donde sea.
La temporada, vista desde la perspectiva de la conclusión final (y me imagino que la resolución pasará por, como en los viejos cliffhangers sabatinos, alterar el ángulo de la cámara) describe el viaje de Sherlock hacia la humanidad,o al menos hacia la comprensión de que puede contar con tres o cuatro personas como amigos, algo de lo que el Sherlock aislado y cuasi-Asperger de la primera temporada no habría sido capaz. En ese sentido, hay que destacar que los grandes momentos emotivos no pertenecen a la relación de Sherlock con Irene Adler, sino con Molly, tanto en el primer capítulo y la escena de los regalos navideños como en la conversación-confesión en el laboratorio en el tercero.
Dice Moffat que están solo empezando, que los personajes todavía son jóvenes y que le gustaría ver cómo sería su relación cuando, como en las novelas y la sherlockiana que todos hemos aprendido a admirar, tengan cuarenta o cincuenta años y veamos cómo avanzan al ritmo de los tiempos. Todo depende, dice, del calendario de trabajo de sus dos estrellas, ahora lanzadas ya internacionalmente a la fama. A razón de tres capítulos cada año y medio es posible que lo consiga... aunque acabe con los nervios de los espectadores.
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