2012 será el año de Dickens, pero empieza siendo el año de Sherlock Holmes. Al estreno inminente de la segunda versión revisitada y ultimatizada de Robert Downey Jr se suma, desde ayer mismo, el primer capítulo de la segunda entrega de la versión televisiva (y contemporánea) que la BBC entrega con cuentagotas desde hace año y pico, de las riendas de Steven Moffat y Mark Gatiss, que tienen que estar pasándoselo pipa reinventando y aliñando las aventuras del héroe de su infancia.
La espera ha valido la pena. En su hora y media de metraje, este "Escándalo en Belgravia" juega a poner al día el célebre encuentro entre Holmes y "la mujer", Irene Adler, en aquella historia que se llamó "Escándalo en Bohemia". Y como nos están contando historias similares de los mismos personajes en un ambiente contemporáneo, no queda sino quitarse el sombrero (de cazador de patos) ante la presentación de Irene Adler y su profesión de ahora, la sorpresa que encontrarse a un rival del sexo opuesto supone para un ser eminentemente asexuado como es este Sherlock, el juego de poderes a cuatro (Watson queda prudentemente relegado a un segundo plano) entre los dos hermanos Holmes, Irene Adler... y, sí, Moriarty, donde por cierto la resolución del cliffhanger de la temporada anterior se hace de manera absolutamente desconcertante y sobresaliente.
Los autores saben ya qué suelo pisan. Aplican la tecnología moderna a la investigación (impagable Watson transmitiendo a través del portátil) y hasta desmontan, con un par de frases, la manía moderna de solucionarlo todo a base de análisis de ADN. El juego de desconciertos entre Holmes y Adler sube de continuo, los chistes cruzados hacia el canon holmesiano (desde la gorra con la que Sherlock se cubre para salir del paso a los nombres de los casos, desviados a partir de las historias originales) se complementan con unos diálogos vivos y llenos de contrapuntos humorísticos... sin que por ello no dejen de existir un par de momentos de absoluta ternura: la reacción de Holmes al secuestro de la señora Hudson o su metedura de pata al revelar, sin darse cuenta, los secretos del corazón de la forense.
Les decía que poner al día el viejo escándalo en Bohemia sirve para colocar en perspectiva, a día de hoy, un equivalente a ese escándalo en su momento. Esta Irene Adler se declara dominatrix y bisexual, no escatima avances descarados hacia un atribulado Sherlock, lo recibe desnuda (en un jugoso despiece de la estrategia de disfraces del Holmes "original" para descubrir sus cartas) y asume un rol similar al de la Catwoman más o menos contemporánea. Como lo asumen todos, por otra parte: al rebuscar en las raíces del detective consultor por excelencia Moffat y Gatiss no pueden evitar desmontar algunas de las cartas del Hombre Murciélago (que ya se cruzó con Holmes, por cierto, allá por los años setenta, en una aventura donde reconocía la influencia que el inglés había ejercido en él). Quizá el inteligentísimo uso de textos en la pantalla, similares a bocadillos o cartelas sea un guiño más. Y, en cualquier caso, una explotación inédita de los muchos recursos narrativos de la imagen asociada a la palabra.
La semana que viene, la visión siglo 21 del perro de los Baskerville. El guiño ya está servido, en tanto el personaje de Sir Henry está interpretado por Russell Tobey, el hombre lobo de Being Human.
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