Los fans siguen sin comprender que los productos de los medios de comunicación (ya sean tebeos, películas, canciones o series de televisión, videojuegos o kits de pintura) no se hacen para ellos, sino para el otro público que está ahí fuera, el general, el que compone la mayoría de clientes potenciales. O, en ejemplo diametralmente opuesto, el producto lo hace el autor para sí mismo, porque no piensa en otra cosa, porque la historias o las historias que tiene dentro son una necesidad que no va destinada a ningún mercado, sino que son como la medicina (psicológica o no) con la que se enfrenta a la realidad y a la vida.
Dicho en román más paladino: al fan no se le puede ofrecer otra cosa sino el guiño. Lo que compone la obra es mucho más grande, mucho más amplio, mucho más inaprensible.
Deberíamos, en todo caso, al juzgar una obra artística, no basarnos solo en su valor facial, en esa cosa tan difícil de valorar que es la objetividad de su valía: es bueno o malo porque a mí me gusta o no me gusta. La labor del crítico, o del lector o del público que se considera un par de pasos más allá del consumidor normal, debería ser la de explorar, investigar, sopesar los pros y los contras de lo que lee, contempla o degusta. Poner, en todo caso, las cosas en perspectiva.
Dicen que Napoleón perdió Waterloo por un ataque agudo de hemorroides. Stephen King no recuerda haber escrito libros enteros debido a su adicción al alcohol. A sus ochenta años, el bueno de Manolo Escobar (lo vimos el otro día en la tele) no era capaz de tararear una de sus canciones, pese a la ingenua dureza del público que lo arropaba.
Los creadores son gente de carne y hueso, de luz y sombra. No están a salvo de los avatares de la vida. El gran Alberto Breccia dibujó las mejores páginas de su Mort Cinder cuando su situación familiar, la enfermedad de su esposa, le obligó a buscar escape en su trabajo y, curiosamente, a tirar el academicismo por la borda. En el ámbito opuesto, Sonny Bono nunca fue capaz de superar la ruptura con Cher, quien a partir de entonces se libró de ataduras y explotó a conciencia su libertad.
A veces, los escritores o los músicos, conscientes del poco tiempo que les queda, componen sus mejores obras. A veces, los actores o los cantantes, incapaces de aceptar que el tiempo les va a la contra, mueren con las botas puestas y la garganta rota en un escenario, muy lejos ya sus mejores tiempos.
Una enfermedad cercana o propia, una mala situación familiar o económica, un capricho a deshora, todo afecta al trabajo creativo, como no podría ser de otra manera. Para bien, o para mal. Y el lector o el crítico que quiere siempre ir un paso más allá tendría que tenerlo en cuenta, no para perdonar o condescender, sino, ya digo, para poder ver las cosas con un poquito más de perspectiva.
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