El lunes 31, a eso de las nueve y media de la noche, minuto arriba minuto abajo, terminé mi nueva novela. La había empezado aquí mismo, el 31 de julio de 2010, y la abandoné, curiosamente, el 31 de octubre de ese año. Los muchos fregaos en los que uno se mete, en especial el hecho de que con los libros propios no como y con las traducciones, cuando las hay, sí, me aconsejaron dejar el libro en remojo, como tengo en remojo otro par de libros más, sin contar los que están rondando por la cabeza y no han visto escrita ni una línea.
Es, si comprueban ustedes los archivos de este blog, una novela de Torre, la tercera. Torre, por si no lo recuerdan o no lo saben o no les interesa, viene a ser mi alter-ego, o más bien el alter-ego de una generación que no es la mía, la generación del tardofranquismo, la que ahora tiene algo más de 60 años. Un detective a su manera, antes matón a sueldo, antes aún boxeador, aunque no recuerda nada de sus primeros años porque, precisamente en un combate de boxeo, perdió la memoria.
Los libros de Torre (tres, ya digo, más un puñado de relatos que pueden ustedes encontrar por aquí, picando a la derecha) son difíciles si no son ustedes de Cadi, pero qué quieren que le haga yo, si todo el mundo no puede nacer aquí. Por difíciles quiero decir que están escritos en gaditano, o en mi gaditano, o más concretamente en el gaditano que escuchaba yo hablar a mi madre o a mis tíos: un gaditano que es fino y a la vez es basto, que es culto y a la vez inculto, que tiene sus propios referentes en lo que hay por aquí abajo y que, cuando toma otros referentes, los trabuca y equivoca. Son libros de detectives, de novela negra, pero son a la vez libros costumbristas, y libros de humor e ironía, y libros de mucha, muchísima melancolía.
Son libros que nunca llegarán a nadie (ni siquiera llegan a Cádiz, siendo como es Cádiz el centro de la vida de los personajes, el centro de las novelas, y cuando digo Cádiz quiero decir Cádiz tal cual es, tal como la ven y sienten y aman y duelen los gaditanos), y poco que me importa. Porque me llegan a mí, y le llegan a la media docena de incondicionales para quienes los escribo. Siendo yo, tal vez, uno de esos incondicionales.
Porque, verán ustedes, yo no sé quién escribe los libros y relatos de Torre. No soy yo. Yo los transcribo. He escrito este libro nuevo, Lona de tinieblas, en 35 capítulos, y en ningún momento, en ninguno, sabía qué iba a escribir al empezar cada capítulo: ni mapa ni brújula, absoluta posesión. Pantalla en blanco, manos sobre el ordenador, quizá mente en blanco, y a escribir de corrido los siete u ocho folios que componen cada capítulo, hasta que algo decía basta y terminaba cada uno de ellos. Así, en capítulos alternos (una parte en la actualidad, la otra en la odisea personal del personaje y sus amigos entre septiembre del 68 y el 19 de marzo de 1970) se ha compuesto el libro, un libro que tiene misterio y tiene tragedia, tiene trama y tiene desenlace, tiene investigación y tiene mucho destino: sin que yo intervenga.
El primer sorprendido con las cosas que pasan por la cabeza de Torre (y no, no dudo que sean las cosas que pasan por mi cabeza) soy yo. Y me sorprende porque luego todo encaja, todo se concatena, todo se explica. Uno escribe detalles en la página 20 y ese detalle se justifica y redondea la trama en la página 280. Y yo no lo sabía entonces, lo sé ahora.
Me da miedo, ya les digo. Me divierte enormemente esa especie de escritura no automática, pero sí subconsciente. Ese juego donde soy solo el canal, donde no controlo los meandros de la trama: Torre se pone a investigar un crimen y va uniendo cabos de lo que le sale al paso, y yo lo sigo, me asombro, me entretengo, y cuando leo y releo lo que ha pasado, no sé cómo lo ha hecho, pero ha sido capaz de pasar de un punto de desinformación a un punto de descubrimiento, haciendo avanzar la trama.
He escrito la última parte en diez días, once o doce capítulos a lo bestia, sin correcciones (Torre no las necesita, no me pregunten por qué), teniendo solo una leve idea de por dónde iban los tiros, pero resolviendo el caso y cerrando el bucle (las tres novelas, al final son eso, un bucle) sin mi control consciente.
Me divierte enormemente este personaje que no es tal. Porque para mí es un ser vivo, un tipo que encuentro o podría encontrar por la calle, sabio e inculto, bruto y amable, triste y sarcástico.
Me da miedo: hace doce días justos me crucé con alguien que podría ser Torre en la calle, a pocas bocacalles, por cierto, de donde el personaje tiene su casa. Es una manía mía, ir buscando actores o seres reales para mis criaturas. Este Torre del mundo real me miró con mala cara, y hasta les puedo decir que me acojonó. No sé si subconscientemente pensé que era Torre de verdad que estaba chingao conmigo porque había dejado su tercera novela (y la mejor de las tres) en suspenso desde hacía justo un año, pero esa misma noche, o quizá la tarde siguiente, aprovechando que no tengo libros para traducir, escribí el capítulo que había dejado colgado hacía un año, y al otro día otro más, y luego dos, hasta que terminé diez días más tarde la novela que había dejado a poco más de la mitad.
El lunes mismo, por cierto, cuando salí a celebrar no tanto Halloween como el final del libro, veinte metros más allá de donde encontré a "Torre" el otro día (la esquina de Ivarte, por cierto, donde escribí una vez un cuento de fantasmas), volví a encontrarme con el mismo hombre. Me sonrió esta vez, lo juro.
Es posible que no vuelva a encontrármelo. Si lo hago, quizá dentro de unos años, tal vez sea el momento de prestar mis manos para que Torre, o quien sea, esa voz que es tantas voces y no es ninguna, escriba una nueva historia.
Comentarios (18)
Categorías: Literatura