La ciencia ficción no tiene por qué desarrollarse en el espacio, ni en futuros lejanos, ni en pasados imposibles. La ciencia ficción es tan amplia y diversa, tan poco ortodoxa, tan heterogénea, que es más bien una actitud en la narración, antes que un género o una moda: es ir explicando sobre la marcha, ya sean unas leyes físicas, un entorno social o un invento tremebundo con su reflexión moral de fondo y que no falte. La ciencia ficción, o sea, eso que ya no escribimos ninguno, lo que otros se empeñan en glorificar cambiándole el nombre porque parece que da vergüenza (lo mismito, sí, que con lo de novela gráfica), lo que nos gustó porque creíamos que era nuestro y ahora nos sigue gustando (y aún más) porque es de otros y se publica sin etiquetas.
La ciencia ficción, o sea, eso que mató el cine, lo que nos llenó las pantallas de naves, explosiones, robots asesinos y hasta zombis que ahora se llaman (otra vez la vergüenza, creo), infectados. Eso que de vez en cuando todavía ofrece joyas que, claro, no se identifican con el nombre (me estoy acordando ahora de "Hijos de los hombres"), y que puede, cuando es capaz de aislarse de toda la parafernalia de los efectos especiales y el rien ne va plus de la barraca de feria que sigue siendo el cine, mostrar buenas historias con buen pulso y emoción.
Lo que nos ofrece esta película, fíjense qué cosas: Código fuente. Una nueva aproximación a cosas que ya hemos visto otras veces (el sambenito de la ciencia ficción es, siempre, y por desgracia, despreciar aquello que no sea original, como si desde los griegos para acá hubiéramos inventado algo en el mundo de las ficciones), siendo los casos que más vienen a la mente la magnífica Atrapado en el tiempo (esa película que todos conocemos por su título original, El día de la marmota), la serie Quantum Leap (de la que toma el juego del reflejo), y el magnífico y desopilante episodio de Sobrenatural, "Mistery Spot".
Una premisa sencilla: un tren que estalla como prólogo a otra serie de atentados, el más grave una "bomba sucia" (que no tengo claro que el espectador sepa qué es a estas alturas de la guerra fría), y un capitán de helicópteros que tiene ocho minutos, y solo ocho minutos, para descubrir al asesino e impedir el segundo atentado. Cuando fracasa, y fracasa infinitas veces, vuelve al punto de partida, y empieza de nuevo: una pesadilla recurrente que se convierte de pronto en dos pesadillas recurrentes: en el tren y, en los breves intervalos donde despierta, en la "cápsula" (o lo que sea) donde le informan, o no, de cómo va su misión, y qué pasos debería seguir dando hasta desfacer el entuerto.
Con apenas tres escenarios, el tren, la cápsula y el puesto de control, Duncan Jones, el director (que ya hizo Moon), es capaz de mantener la tensión del espectador, dosificar las sorpresas, los giros de la trama, y avanzar poquito a poco los matices de la investigación, incluso dando las consabidas vueltas de tuerca. Todo apoyado además en un magnífico trabajo interpretativo por parte de Jake Gyllenhaal (al que ya tendrían que doblar con otra voz: no es el niño de Cielo de Octubre), sin eludir jugar a la paranoia en ese espacio cerrado que es el vagón, donde en ocasiones se remite al clásico Pelham 1, 2, 3. La alusión cinéfila de la dama de corazones también me llegó al alma.
La película se resuelve bien, tiene quizá una pequeña pega al final que podríamos comentar más abajo, pero es una muestra de un guión inteligente, de una dirección sólida y un argumento que está bien sostenido. Y sale el monumento que conforma la portada de La red de Indra de Juan Miguel Aguilera, así que esta pequeña gran peli lo tiene todo.
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