Pocos tienen en este mundo la oportunidad de dejar los papeles en orden y la casa recogida cuando le llega la hora. El viejo Clint Eastwood parece que sí tiene esa suerte, y comparte con nosotros esa melancólica sensación de despedida inevitable: si en la magistral Gran Torino vimos lo que es posiblemente su canto de cisne como actor, aquí Eastwood, al servicio de una película que en principio podría serle ajena, se sirve de su estilo sencillo y minimalista de rodar para hacer una reflexión no sobre el más allá, sino sobre el más acá, sobre el final de la vida y la sombra (o la luz) de la muerte cercana.
La película es sobria, contenida, entrelaza tres historias que en principio no tienen nada que ver entre sí, empieza con el clásico terremoto que decía Hitchcock (sí, ya sé, es un maremoto, lo digo por lo que Hitchcock decía), y luego no necesita grandes escenas ni grandes tramas originales para trenzar (de tres) una historia de emociones y de soledades que, si entra usted en el juego, lo sacudirá como un mazazo. No es una película de fantasmas ni es una película de apariciones. Sí, puede que tenga algún punto lejano de contacto con La zona muerta o con con El sexto sentido, pero Hereafter (título precioso y conciso que, para variar, se carga la traducción, si acaso porque remite a programas del cuore y hace que se pierda el doble sentido) no necesita recurrir al susto, ni a las vísceras, ni a la magia de lucecitas y músicas (la película la produce Spielberg) para hacer un repaso silencioso, con una música escrita por el propio Clint que recalca la soledad de las escenas, a la vida y la desolación de la vida cuando el tren en el que viajamos tiene que chocar por fuerza con el que viene en sentido contrario.
Del gemelo sin gemelo (interpretados ambos personajes a la vez por dos gemelos de verdad), a la bellísima periodista sacudida por la tragedia, al medium que no quiere serlo, a la chica que huye de su pasado y busca en vano establecer nuevas relaciones que la liberen, al hermano que ve un filón donde Matt Damon ve una maldición, a la familia de acogida que demuestra ser capaz de tanta entrega y tanta generosidad, a la alusión continuada a Dickens (a fin de cuentas, un gran escritor de historias de fantasmas), Eastwood se vale de un teatrillo de personajes para enviarnos ese mensaje final tan lleno de emotividad, tan sincero incluso a partir de la mentira del medium, tan necesario: hay que seguir solos, hay que seguir adelante. Cuando llegue la luz, que llegue. La ingravidez será guai.
Comentarios (14)
Categorías: Cine