Mientras aquí nos dedicamos a copiar series extranjeras con poco disimulo, no nos atrevemos a llevar a la tele a nuestros clásicos porque son un peñazo en su mayor parte, nos da achare filmar libros filmables y sí lo hacemos con los que lo son demasiado, en la pérfida Albión se sigue haciendo una televisión interesante que ignoramos por sistema (también ignoramos la tele francesa, o la italiana, o la alemana aparte de los policías de autopista y los émulos de Grisssom et company, pero imagino que otras series son posibles), porque o nos da por la cualité absoluta (ah, aquellas series de los años setenta) o nos importa una figa lo que hacen más allá del Canal.
Y más allá del Canal se ha hecho y se sigue haciendo serie policial, y terror, y fantasía, y se adapta a unos clásicos (Dickens, ah, ¿alguien comprará alguna vez Little Dorrit?) que no son un peñazo y que se trasladan estupendamente a la pequeña pantalla, bien en forma de serial o de películas para televisión.
Es el caso que nos ocupa. Mark Gatiss, a quien conocemos de guionizar Doctor Who y poner al día el mito holmesiano con Sherlock (donde interpreta, lo recordemos, a Mycroft) escribe una excelente adaptación de Los primeros hombres en la luna, del maestro H.G. Wells, y lo hace con respeto al original, y a la versión que ya se hizo (La gran sorpresa, la llamaron aquí... sin comentarios), contando con sentido del humor y al mismo tiempo de tragedia, la historia del profesor Cavor (a quien él mismo interpreta) y su enloquecido invento de la cavorita, la llegada a la luna con su compañero, el avaricioso Julius Bedford... y su encuentro con los selenitas.
La película es divertida, con una muy buena interpretación de Gatiss (que hace maravillas con la muletilla de su personaje, "Probably"), unos efectos especiales sencillos pero pasables, y un par de lecciones morales que, con la perspectiva de l historia, resultan dolosamente certeras. La película, que comienza el día de la llegada de Neil Armstrong y el Apolo 11 a la luna, no se priva de hacer un divertido homenaje a Meliés, y tal vez de manera consciente no puede evitar que la cápsula, su interior, las piruetas en el vacío y la simpática excentricidad de Cavor nos recuerden a cierto Señor del Tiempo que viaja en una cabina telefónica azul.
Gatiss, por cierto, demuestra aquí también que podría ser, quién sabe, en algún futuro no demasiado lejano, un magnífico Doctor Who. Ya tiene un pie dentro.
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