La primera influencia, quizá, que vimos de Watchmen en otros medios fue El silencio de los corderos, donde el escondrijo de Buffalo Bill, el psicópata que se hace vestidos con piel humana, recuerda mucho al del psicópata que devora a las niñas y da a comer sus huesos a los perros Fred y Barney (o sea, Pedro y Pablo). También, quizá (y lean ustedes bien, por favor, en el quizá) en el juego metafórico de las mariposas, tan aparente en Watchmen que incluso copa una portada.
Después, en Se7en, aquel juego de las luces en el charco, donde solo faltaba, o quizás hasta estaba allí, el reflejo invertido de Rorschach.
Ha habido otras influencias, u otros guiños: el smiley ensangrentado de John el Rojo en El mentalista; la balsa de cadáveres hinchados de Roma. Y ahora, en Fringe.
Sin destripar demasiado, la segunda y la tercera temporadas, ahora en sus inicios, de Fringe nos muestra una Tierra paralela. Y, como buena Tierra paralela que se precie, y teniendo en cuenta que los presupuestos de las series no dan para gran cosa (recuerden ustedes que en Galáctica fumaban Marlboro, y en Caprica chocaba un tanto que en un planeta perdido hace miles de años fueran a la moda -más o menos- de los años cuarenta), hay que mostrar con dos pinceladas que ese otro mundo es igual pero no es lo mismo. Y así, entre pelucas cobrizas que hacen que Olivia esté todavía más sexy, contrapartidas de personajes que sirven para que los actores ya muertos en esta Tierra sigan unos meses cobrando su paguita, vemos cómo la forma más fácil y más barata y hasta más entretenida para los fans consiste en llenar de detallitos alternativos las calles normalísimas por donde los personajes pululan.
Como en Watchmen. Allá donde la sutileza de Moore y Gibbons nos iba salpicando de detalles el fondo (los tebeos de piratas, los coches eléctricos, los sombreros de kevlar, las pipas, los zapatos, los restaurantes Gungha Dinner, los knots), en la Tierra alternativa, y sin parar la narración para contárnoslo, hemos visto tebeos donde la portada de Dark Knight es de Superman, donde la Estatua de la Libertad es marrón, y sobrevuelan zepelines en el cielo, y donde el musical Cats se llama Dogs, y los programas de televisión tienen títulos sutilmente distintos, y los billetes no tienen a Andrew Jackson, y todavía se alzan orgullosas las Torres Gemelas.
Más allá de lo interesante o no que pueda ser el capítulo alterno donde ahora se desarrolla la temporada, buscar los guiños que aumentan la sensación de alieniedad es uno de los atractivos de Fringe. Siguiendo, insisto, el mismo sistema de Watchmen.
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