Empieza fuerte la nueva temporada de Sobrenatural, justo cuando ya creímos, por los signos de agotamiento del final de la temporada anterior, que el tiburón había dado el salto y que solo íbamos a seguir las andanzas de los dos cowboys contemporáneos por pura nostalgia.
La nueva temporada se ha reinventado con fuerza, volviendo a lo básico pero adaptando la evolución de la relación entre los dos hermanos, invirtiendo papeles y abriendo foco a nuevos misterios. Si el episodio de la semana pasada, centrado en el viejo Bobby, era de sobresaliente, el de ayer mismo no se le queda atrás, siendo quizá uno de los mejores de toda la serie en conjunto.
Vampiros. Ahí es nada. Con la que les está cayendo a los colmilludos desde que se convirtieron en pasto y objeto de adoración de adolescentes solitarias y/o emos con problemas de identidad hormonal. Con la de vampiros que hay en el mundo visual contemporáneo y lo poco que, en teoría, pegan con los apocalipsis, ángeles, demonios, humos negros y djinns que en la serie de los Winchester son.
Si la vienen siguiendo ustedes, si no son de los que opinan sin conocer y no tienen reparo en compararse con dos varones guapos en una serie que no, para nada, está hecha para públicos femeninos, sabrán que los vampiros han sido tratados poco: dos o tres episodios, a lo sumo. Y ayer vimos el cuarto.
Me gusta la versión vampiril que nos propone Supernatural. Porque es novedosa, y es terrible. Y da miedo. Y porque devuelve a los vampiros a lo que los vampiros son: hijos de puta del más allá, animales carroñeros, monstruos que se ocultan y viven en manada.
El episodio de ayer, desde el cachondeo inicial a costa de la moda contemporánea de Crepúsculos y similares, con su parodia inevitable los primeros minutos, nos muestra un par de giros terribles en la relación de los Winchester: la posesión vampírica de uno de ellos, y el misterio que rodea al otro. Y lo hace, ya digo, mostrando cómo podrían hoy, en este mundo de vampiros con glamour y niñas con ojos maquillados de negro, vivir los vampiros de verdad, los que son unos hijos de puta del más allá, los animales carroñeros, los monstruos que se ocultan y viven en manada y lo tienen, precisamente hoy, cada vez más fácil para vivir a sus aires y a sus sangres.
Un gran capítulo. Y quizás, quién sabe, el vampiro Alfa de la manada, ese que todavía no hemos visto, sea el gran malo en la sombra de la temporada.
Y qué grande el comentario de Dean al ver el poster del vampiro adolescente y molón contemporáneo en la puerta de la chica desaparecida: That's not a vampire, man, that's a douchebag!
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