Eran los tiempos en que nos dio por iniciar el fin de semana el jueves. Recogía a Juanito Mateos y a mi amigo Paco de la academia, y nos íbamos a tomar un par de pizzas al Bella Italia, que entonces hasta tenía música en vivo, o al chino de Ramón, que ya no existe (el chino, digo), o a tomarnos unas tapitas en lo de Curro el Cojo. Todo, como ven, bajo en colesterol e inofensivo.
Un jueves por la noche volvíamos a casa en mi viejo 127 de tercera mano, allá por la época en que se nos ocurrió sacar una chirigota ilegal a la que luego le cambiamos el nombre, aunque conservamos parte del estribillo. Cuatro tíos en el coche: Juanito, Paco, Antonio el Pargui y yo al volante. Y al girar una calle, despacito, uno de mis alumnos de cou, de pie en la esquina, inmóvil, conversando con un tipo bajito, de aspecto patibulario, chupa de cuero y pantalones vaqueros de culo gastado.
Vibró mi instinto arácnido. Aquello tenía toda la pinta de ser un atraco. Detuve el coche, casi sin hacer ruido, justo al lado de la pareja.
--¡Hola! --le dije a mi alumno, que medía lo menos dos metros--. ¿Ocurre algo?
El chaval me miró.
--No, nada.
--¿Seguro que no ocurre nada? --volví a insistir, mientras los cuatro nos preparábamos para salir del coche e impedir el atraco.
--No, nada.
--¿Seguro?
--Seguro.
Me encogí de hombros, metí la primera y nos marchamos.
Al día siguiente, viernes, en clase, nada más entrar con los folios del examen semanal, el chaval que se me acerca.
--¿Te acuerdas del tipo que estaba ayer conmigo en la esquina? ¡Me estaba atracando!
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Categorías: Las aventuras del joven RM