Hubo un tiempo en que el cine mostró la guerra contemporánea como un cúmulo de heroicidades, muchachos intercambiables que solo se diferenciaban unos de otros para el espectador que fuimos porque les gustaba escuchar el tocadiscos, o porque tenían dentro del casco la foto de una novia, o porque eran el jovencito del grupo, o el más viejo. Morían off camera, expirando de manera valiente, robando los segundos justos de pantalla para que el capitán les arrancara la chapa del cuello y coleccionara para su cansancio una ristra de muertos.
Luego la guerra no se tomó en serio, y en los setenta se volvió parodia o, cuando se quiso trascendente, esquivó como pudo el naturalismo necesario: se pensó, posiblemente, que todas las guerras eran Vietnam. Creo que no exagero si digo que no se muestra como absolutamente descarnada, una lotería de la muerte y la vida, hasta que Spielberg y Hanks ruedan "Salvar al soldado Ryan", donde los minutos de apertura, el desembarco en Omaha Beach, rodados cámara al hombro y jugando con el sonido y con las vísceras hacen que parezca que estamos allí dentro. Prácticamente todo el cine que ha venido luego se ha rodado en esos parámetros.
Y también la televisión. O al menos la televisión que viene a remolque de Ryan. Ya hace unos años, Spielberg y Hanks, ahora como productores, entregaron un spin-off televisivo, Band of Brothers (aquí llamada Hermanos de sangre, obviando el referente shakespeariano), donde se nos mostró la historia de la Easy Company que para los lectores de tebeos siempre estará asociada con el sargento Rock. Una de las series HBO, que es como decir una de las mejores series que se han rodado nunca.
Les quedó en el tintero (y el propio Spielberg bromea porque su padre fue uno de ellos y se le quejaba) contar la experiencia de guerra de los soldados americanos en el Pacífico. Y lo hacen ahora, con la miniserie de diez episodios The Pacific que, maravilla de maravillas, está emitiendo Canal Plus apenas un día después de su emisión, los domingos, en los USA.
The Pacific no puede evitar la injusta comparación con su serie hermana, y es cierto que mucho de lo que se había contado sobre la segunda guerra mundial parece tener que soslayarse aquí a la fuerza. Sin el brillantísimo primer capítulo de Band of Brothers, The Pacific sufre porque tarda en arrancar, o porque los espectadores tardamos en comprender que, aunque estamos en la misma guerra, libramos una batalla completamente distinta.
La serie sigue las biografías de tres marines: Robert Leckie, Eugene Sledge y John Basilone, pertenecientes a la Primera División de marines. Y lo hace siendo escrupulosamente fiel a la memoria que estos combatientes reales han dejado por escrito en varios libros. He traducido estos días, antes del estreno de la serie, la biografía bélica de Leckie, Mi casco por almohada, y aunque la serie tiene forzosamente que condensar y jugar a barajar la historia con la de los otros dos soldados, es sorprendente el enorme grado de fidelidad no ya documental, sino narrativa que se consigue. Detalles que el libro menciona aparecen sin mencionarse en las imágenes, logrando un fresco naturalista, casi documental, que quizá el espectador no llegue a apreciar pero que demuestran que ha habido un trabajo de documentación y de recreación absolutamente riguroso.
Lejos del humanismo de otras películas de guerra, aunque sin caer en la caricatura del enemigo, la serie no escatima momentos gore ni humaniza a los japoneses, que son unas sombras en las junglas y en las cuevas. Se está contando, para una generación que desconoce la historia, como fue la historia misma. Quizá por eso hay cierta repulsa, según veo en los foros, a esa manera de mostrar cómo los marines no toman prisioneros, arrancan los dientes de oro de los cadáveres nipones o se matan entre sí, por necesidad o por accidente. Así es la guerra, me temo. O así fue.
Mi generación creyó, equivocadamente según lo veo ahora, que fue en Vietnam donde el poderoso ejército yanqui las pasó canutas luchando contra los elementos y contra un enemigo invisible. Esta serie demuestra que los padres o los abuelos de aquellos chavales ya tuvieron que combatir contra malarias y monzones, saltando además de isla en isla y desgatándose por dentro y por fuera en una serie de pequeñas batallas cotidianas que tuvieron un enorme precio en sangre.
El último capítulo hasta el momento, el tercero dedicado a la batalla de Peleliu, es posiblemente el mejor de los emitidos: se huele la muerte y la desolación, y se transmite perfectamente la negación de esa idea que el cine nos ha vendido y que es falsa: no existen los héroes, sólo la suerte de que el fuego de las ametralladoras se lleve por delante a tu compañero y no a ti.
Quedan todavía tres capítulos, y los títulos de dos de ellos ("Iwo Jima" y "Okinawa"; el tercero es, naturalmente, "Home"), prometen más buen cine en formato televisivo, más horrores del pasado que cimentaron la sociedad en la que vivimos a costa de la inocencia de un puñado de muchachos.
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