Clint Eastwood se vale del deporte para hacer una parábola política. O de la pequeña historia de un momento casi anodino perdido en el recuerdo para hacer un ensayo sobre la épica. Sobrio y contenido, como es norma, con su fiel Morgan Freeman dando vida a un Nelson Mandela al que no se parece demasiado más allá de las camisas, Eastwood no fuerza nunca la mano en esa partida de ajedrez que está librando con el público. Cuenta la historia desde el minimalismo, y la sazona a placer de pequeños detalles cotidianos que sirven para convertirla en una gran historia: ese plano primero que abre y muestra a los blancos jugando al rugby en un campo de hierba y a los negros jugando al fútbol en un pedregal y ese otro plano que cierra con los niños negdros jugando ya al rugby en un campo de hierba y que muchos espectadores se pierden porque salen a toda leche del cine, cuando rompe la cuarta pared y nos muestra a los personajes reales en quienes la película se basa.
Toda la película juega con la sutileza y explota el sentimentalismo sin exagerarlo, con unas réplicas de diálogo que están cargadas de mensaje, y un juego de secundarios excelente, gente corriente que se ve de pronto sobrepasada por el carisma de Mandela y el tiempo nuevo. Quizá no entendamos en el doblaje que los blancos hablan afrikaaner y los negros su propio idioma, puesto que no entendemos ni uno ni otro, pero sí queda clara esa idea de unificación a partir del deporte: me falta un plano del niño que no quiere la camiseta verde y oro vistiéndola al final, la canción es demasiado cursilona, los All Black son mucho más terroríficos en los videos de Youtube, pero Eastwood sale muy airoso de una historia que no tiene más morbo que verla desarrollarse poco a poco, sin que nos preocupe jamás que no vayan a ganar el campeonato. Se agradece que no haga falta entender las reglas del rugby, ni que se saquen de la manga, como en tantas películas de deporte, una remontada épica que da la vuelta al marcador cuando parece imposible no desde el punto de visa físico, sino matemático. Incluso el momento de tensión con el avión es una pequeña patada en el morro a quienes esperaban que de pronto, por arte de magia, la historia se complicara con un intento de atentado.
Atentos a Matt Damon, que pese a ser demasiado bajito para el deporte que representa da perfectamente, tanto en músculos como en presencia, el papel de capitán. Es puro Steve Rogers.
Con tres pinceladas, Eastwood recrea extraordinariamente la soledad de Mandela, sus problemas familiares, su grandeza. La escena, casi obligada, de la visita al presidio y el encuentro con los fantasmas de la culpa que allí habitan supone un extraño y hermoso momento lírico.
Me perdonan ustedes, pero con todo y con eso, siendo un biopic que no llega a serlo de Nelson Mandela, me pregunto hasta qué punto no se está jugando al paralelo con Obama.
Comentarios (36)
Categorías: Cine