La huelga de guionistas de cine y televisión de hace unos meses ha tenido una influencia que quizá no había previsto nadie. Muchas series en antena se vieron obligadas a terminar sus temporadas antes de lo previsto, mientras que otras intentaron capear el temporal trabajando contra reloj antes del paro, y en las menos se notó poco por los huecos de programación que, como aquí, van cavando las finales de liga, los días de acción de gracias y las elecciones presidenciales.
La consecuencia inmediata, lo estamos viendo ya, es que las series se han vuelto más cortas. De un tiempo a esta parte, convencidos del éxito y alargando la fórmula, las temporadas televisivas han llegado a tener 22 episodios de media, en ocasiones hasta 24. Tras la huelga, lo normal es que se contraten once o doce, y algún título (como la reciente Dark Blue) hasta se queda en diez. El peso de la cuchilla es mayor ahora, y los guionistas tienen que ponerse las pilas, no alargar hasta lo indecible situaciones que todos sabíamos no dan para más, olvidarse de episodios de relleno en el arco narrativo y dejar para otros tiempos el viejo truco de pegar un par de quiebros durante la temporada.
Ahora nada asegura nada: un mal share o un mal rating pesan como una losa. Ya han eliminado Life, que no pudo con el hachazo a la continuidad y con el embarazo de la bella co-protagonista, y series muy válidas como la mencionada Dark Blue o la interesantísima Raising the bar (entre nosotros, Ganando el juicio) aún no tienen asegurado su futuro.
También empieza a tenerlo crudo nuestro Joss Whedon. Se salvó por los pelos con la primera temporada de Dollhouse, que nunca ha tenido unas audiencias para tirar cohetes, que no está arrasando en DVD como las otras series del autor, y que consiguió in extremis renovar la temporada a base de recortes en el presupuesto y con la promesa de dejar los episodios autoconclusivos y buscar eso donde Whedon siempre ha sido un maestro: el arco.
Iniciada la segunda temporada, vemos que Whedon no ha aprendido la lección. O es la Duskhu, productora a fin de cuentas, quien sigue erre que erre con la serie convertida en su vehículo privado. Se nota en la nueva presentación, donde su personaje de Echo domina ahora toda la entradilla. El primero de los episodios, escrito por el propio Whedon, obvia ese "Days of Future Past" no emitido que era el episodio "Epitaph", y el segundo es... directamente olvidable. La continuidad entre capítulos apenas se esboza en la presentación del equivalente al senador Kelly de turno (interpretado por un viejo conocido de la escudería Whedon, Alexis Denisoff, Wesley), la serie acaba de perder a su mejor activo (all pun intended) con la marcha a otra serie de la bellísima Amy Acker, que es la mejor actriz con diferencia de todo el reparto, y los fans esperan como agua de mayo que aparezca Summer Glau a ver si se levanta un poco la cosa.
Ya se dice que no llegará a completar la temporada. Es muy posible, me temo. La serie, que podría ser trepidante, divertida, adulta (ahora se esbozan apenas los temas sexuales de las muñecas y muñecos, cuando la misma situación pide a gritos algo un pelín más explícito), sigue siendo morosa y aburrida. No tiene sentido a estas alturas del desarrollo de la trama que se juegue a que el espectador no sepa qué hace Echo convertida en mamá lactante, cuando se adivina a las primeras de cambio, igual que es absurdo no aprovechar todo el plantel de secundarios y alterar cada semana los activos en liza y no centrarlo todo en Eliza Duskhu, que sigue siendo una señora de tronío pero que como actriz es limitadita y parece creer que todos los personajes que interpreta tienen un registro parecido.
Será una pena si Dollhouse vuelve a fracasar, porque tiene una de las premisas más inteligentes y más inquietantes que hemos visto en mucho tiempo.
Si Whedon consigue remontar las trampas en las que se ha metido, obviamente, su labor tendrá muchísimo más mérito. Suerte, en todo caso. Ahí estaremos.
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