Contar una historia desmadrada y golfa desde el clasicismo formal más absoluto tiene su mérito, no me digan. Más o menos aquello que se comentaba de Picasso, que a los diez años aprendió a pintar como Velázquez y luego dinamitó la pintura.
Es lo que hace Quentin Tarantino con su última película, Malditos bastardos, donde no sólo recupera el sano divertimento irreverente de buena parte de sus primeras producciones, sino donde hace gala de unos conocimientos cinematográficos y de una cultura pop que de entrada parecen contradecir, sin hacerlo, su bien cultivada imagen de niño salvaje con poco bagaje como autor. Toda la estética de la película, la puesta en escena, los movimientos de cámara, la luz, la fotografía, incluso las actuaciones y los mismos personajes están hablando de cine puro y, si me apuran ustedes, de cine sesentero o setentero, el último cine donde se hicieron este tipo de producciones bélicas o de grupo, antes de que el montaje robado a los videoclips entorpeciera lo narrado y no permitiera a los espectadores distinguir una mierda.
Tarantino cuenta una aventura despendolada, un tanto sin pies ni cabeza, aunque de estructura matemática y controlada, que no engaña en ningún momento. Si George Lucas inició su Star Wars con aquel famoso "Hace mucho tiempo...", aquí Quentin T no se corta un pelo y comienza con un claro "Érase una vez". Estamos, entonces, ante un cuento, y por ello no es ociosa la alusión final a Cenicienta, pero sobre todo estamos ante una película de personajes, casi todos ellos tan logrados, que uno no puede sino reprochar al director que, precisamente por ser tan inteligente, sea tan burro y los liquide con una falta de pudor y de cariño que, si bien ya no sorprenden, sí molestan un poco.
Tarantino reduce a seis sus doce del patíbulo, pero esos comandos aulladores apenas sí tienen luego más que un brevísimo momento de gloria. Presenta a alguno de ellos con matices cuasi-superheroicos... pero después los olvida o los sacrifica. Lo que podría haber sido una serie de películas se convierte, del tirón, en el último acto de las aventuras de los "basterds", circunstancia que no mitiga el final.
Tarantino es cruel, y bruto, y satírico. Se toma su tiempo en mostrar a un Errol Flynn del ejército británico (¡crítico de cine, además!), para eliminarlo después de buenas a primeras, junto con los dos bastardos más atractivos y el oficial de la Gestapo. No produce sorpresa, ya digo, porque se le ve la mano de lejos, y por eso el final y las muertes del final tampoco extrañan. Simplemente, parece que él mismo, dándose cuenta o sin darse, dinamita las potencialidades de los personajes al negar un camino de vuelta. Ya se habla, si acaso de una precuela.
Me sobra un poco el largo "capítulo uno", y la historia de Shoshana y su cine, en otras manos, habría abarcado la película entera. No he visto la peli en V.O. (desventajas de vivir en provincias hasta que se le pueda echar el diente al DVD), pero sin duda un mérito enorme es combinar las actuaciones de actores americanos con otros franceses y alemanes, un galimatías lingüístico que debe haber sido un dolor de cabeza coordinar, y donde las mejores actuaciones las encontramos en el simpático y amoral coronel Hans Landa (Cristoph Waltz, a quien ya se da por nominado al Oscar), y en la bella Bibiana Aido francesa (Mélanie Laurent). Lo cual quizá demuestre, a los públicos americanos, que hay magníficos actores en todas partes (el "sargento York alemán", o sea, el soldado Zöller, lo interpreta "nuestro" Daniel Brühl, o sea, Salvador Puig Antich).
La película no se hace corta, pero en el fondo se queda en nada. Un ejercicio de estilo y desvergüenza donde Tarantino se permite algún divertido exceso de guión y de montaje, y donde se maquilla a la perfección ese final que remite a Los Nibelungos y a Fritz Lang, con homenaje al cine más antiguo de todos, aquel que proyectaba sus imágenes sobre cortinas de humo.
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