Los que vivimos con horario made-in-usa hemos cerrado estas semanas nuestros ratos de ocio aquí ante la pantalla, puesto que quienes tendrían que explotarlos viven, a su manera, tan atrasados como todos esos que desearían que este país nuestro viviera aún no en el siglo diecinueve, sino en la Edad Media.
Tonterías aparte: han terminado las temporadas en curso de las series de televisión que seguimos con afán. Lo de Lost, que no lo sigo, lo encontrarán ustedes en otras partes (y antes de que se inicie una cruzada para reconvertirme, anunciar que sí, con paciencia y banda ancha tengo todos los episodios a la espera, que el verano es largo y las tardes se prestan), así que les hablaré de las otras tres series que vengo viendo, cuatro si contamos Boston Legal, cuya cuarta temporada terminó en España hace unas semanas y que, puesto que no hay posibilidades inmediatas de seguir las andanzas de Crane, Poole & Smichdt hasta que los programadores despierten del sueño estival (y hasta del sueño invernal) también habrá que ir buscando en los mares procelosos de lo electrónico.
Se terminó Life, que emiten todavía con unas cuantas semanas de retraso en AXN (creo que es AXN, siempre me lío con los canales satélite): la historia de un conde de Montecristo zen de la que ya hemos hablado por aquí y que ha sufrido, me parece, dos hachazos terribles en su corta andadura. El primero, la huelga de guionistas que obligó a apresurar el final de la primera temporada (me temo que, para el futuro, la huelga de guionistas pueda ser para lo televisual como la caída de las torres gemelas para la historia). La segunda temporada, con algún episodio destacado, me da que no ha estado a la altura de lo esperable. Para colmo, el embarazo de la desmpampanante Sarah Shahi (la historia de las series de televisión la escriben los embarazos de sus protagonistas) ha obligado a alterar el final de la temporada, cerrando quizá otra vez en falso... y produciendo ipso facto la cancelación del título. Lástima.
Se teminó Dollhouse, el enésimo intento de Joss Whedon de levantar cabeza. También hemos hablado de la serie por aquí, y la impresión de sus últimos episodios sigue siendo la misma: hay material para hacer una serie inteligente, entretenida, pero falla algo en el contenido. Quizá la productora, la no menos despampamante Eliza Duskhu, pues la serie pide coralidad a gritos. El último episodio, "Omega", reinventa de nuevo la franquicia, cierra subtramas, hace revelaciones sorpresivas y prepara el terreno para... ¿una segunda temporada? Las informaciones son contradictorias, la cosa parece muy difícil vistos los ratings de audiencia, no se sabe muy bien si se pretende arrancar de cero o si el último episodio no emitido es, en efecto, una puesta al día en el futuro o un escenario de un juego, pero difícil lo van a tener con como se las gasta Fox. Lo mejor de estos dos últimos episodios, de todas formas (aparte de ver a Amy Acker de cuero negro), la actuación de Alan Tudyk, un viejo amigo de la escudería Whedon cuyo registro lo acerca clarísimamente al grandísimo Kirk Douglas. Whedon y su maravillosa troupe de guionistas ya tardan en trabajar para HBO, su habitat natural.
Y se terminó Sobrenatural, la serie que más me tiene enganchado de los últimos tiempos. Y terminó, como esperábamos, sin terminar, allanando el terreno para la quinta temporada, que dicen que será la última. Sam y Dean han seguido caminos paralelos y caminos dispares, se han enfrentado a leyendas urbanas, monstruos, vampiros, fantasmas y ghoulies, y se han visto, sobre todo en estos últimos episodios, convertidos en marionetas de los dos bandos (¿o son tres?) terribles, demonios y ángeles, que quizá ni siquiera encarnan el bien y el mal. Se ha crecido como actor Jensen Ackles (Dean, a quien en efecto habría que dar el papel de Han Solo en una serie lucasiana futura, como bien me apunta Víctor Anchel), y no ha desmerecido Jared Padalecki (Sam) en su papel, más limitado, de buenazo reconvertido. De la serie, lo hemos dicho ya tambíén, destaca el ángel Castiel, de quien se empieza a pedir ya una serie propia. La quinta temporada promete ser, más que apoteósica, apocalíptica.
Lo malo de todo esto es que, al menos en el caso de Sobrenatural, nos queda esperar al menos cuatro meses. El mismo tiempo, quizá, que habrá que esperar para continuar con las vidas y desengaños de esos otros abogados y fiscales de los que hablaremos otro día, la novísima serie del gran Steven Bocho, Raising the bar, aquí caprichosa y arbitrariamente traducida como Ganando el juicio.
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