Las series de televisión suelen ser de arranque lento: o las espera el salto del tiburón donde todo se va a pique, o necesitan al menos diez o doce capítulos, y hasta una temporada, para encontrarse a sí mismas. Cosa que no siempre sucede, claro, porque les dan el carpetazo antes de tiempo.
De carpetazos sabe Joss Whedon un rato: se lo dieron con Buffy, se lo dieron con Angel, se lo dieron con Firefly, le troncharon de cuajo el proyecto de Wonder Woman y ahora anda el hombre en la cuerda floja con su nueva serie, Dollhouse. Un no entiende que insista una y otra vez con Fox, pero en fin, quién es nadie para decirle que se busque otra cadena.
Dollhouse es una historia de espías. Más o menos. Un puñado de personas se someten "voluntariamente" (o no) a una empresa secreta que les borra la personalidad y los emplea para todo tipo de misiones: desde escoltas sexuales a ladrones o, quién sabe, a asesinos. Son "muñecos" (en inglés la palabra no tiene género) que se comportan cuando no están durmiendo en el enorme y precioso (y barato) decorado que es la sede de la empresa como zombis sin voluntad, felices en el soma de la natación, las duchas, los desayunos, las sonrisas. Mitad niños mitad mascotas. Cada "activo" tiene un cuidador con quien establece lazos de afecto y sumisión que no siempre son mutuos. Un agente del FBI, por su parte, quiere descubrir si esa casa de muñecas es real o no, pese al desprecio del resto de sus compañeros, y se obsesiona con dar con la organización... y desmantelarla.
Emitidos apenas ocho episodios, la serie acusa la no emisión de un episodio piloto (rodado y no emitido) que centre la acción y los personajes, y sobre todo el truco recurrente de que, en casa "asignación" (vulgo "misión"), ocurra algo que desconecte, entorpezca, inutilice al activo.
La protagonista principal es Eliza Dushku, que ya fuera Faith en Buffy, y que si ya era una muchacha atractiva hace diez años ahora es una mujer de rompe y rasga. Su personaje de Echo (los activos que conocemos tienen todos nombre en clave de alfabeto fonético militar: Alpha, Echo, Tango, Victor, Sierra) parece esconder más que lo que han insinuado en los primeros capítulos (¿es realmente enfermera o matrona?), quizás juguete de fuerzas contrapuestas y obsesión recurrente de Paul Ballard, el agente del FBI que le sigue la pista. Duskhu tiene la posibilidad, con ese personaje, de interpretar personajes distintos cada semana, el sueño de todo actor. Lo hace bien, pero el título de la serie no es "Echo", sino "Dollhouse", y la coralidad es necesaria para ofrecer una narrativa coherente, cosa difícil, pues ella misma es productora de la serie.
Tiene todos los elementos para ser una serie de éxito, pero dicen que está pasando casi desapercibida en la franja horaria de los viernes por la noche, junto con Las crónicas de Sarah Connor, que parece que va a recibir carpetazo. Si Dollhouse se salva, curiosamente, es porque resulta una serie barata (el decorado principal ya está construido), y porque ha ido ganando impulso poco a poco, cada semana, hasta encontrar, con el capítulo séptimo (escrito por Joss Whedon, no sé cómo lo hace este hombre para destacar tanto en lo que hace) un giro inesperado en la trama que puede dar mucho de sí.
Habrá que estar atento a la evolución de esta casa de muñecos y muñecas donde nada es lo que parece y donde el juego de trampas e inseguridades y sutilezas parece el camino obligado para el éxito.
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