Leo con estupor la noticia. Mario Girotti, o sea, Terence Hill, o sea, Trinidad, el primer antihéroe del cine de nuestra infancia, ha cumplido setenta añazos. Quién lo diría.
Guapo, con esa mezcla de primo de Franco Nero y galán de pueblo, hizo películas muy malas aunque apareciera en El Gatopardo y halló fortuna y gloria dejándose arrastrar en angarillas por un caballo tan cansado y polvoriento como él mismo. Hizo carrera internacional, sí, con su compañero Bud Spencer, otro italiano como él aunque lo pareciera poco, como él mismo (italo-alemán, por cierto), dejándonos con un palmo de narices a los que éramos ya fans, sin saberlo, de los dos vaqueros costrosos que fueron Trinidad y Bambino: repitieron hasta el aburrimiento los personajes, pero no el entorno western, algo que en el fondo quizá fuera un error, aunque él mismo hiciera una película de nombre despistante ("Y después le llamaron el Magnífico") que se vendió como tercera en liza de una serie que se quedó en dos.
Fue pirata, policía, hizo de don Camilo y de un improbable Lucky Luke. Anda por las teles catoliquísimas interpretando a un cura de buen corazón, Don Matteo, donde ya no parece tan americano (o tan medio alemán) y sí el campesino italiano que (como Ingrid Bergman, pero en sueco) quizá lleva dentro.
Cumple setenta añitos de nada, el amigo Terence Hill, el amigo Mario Girotti: el protagonista de aquellas películas de porrazo y tentetieso que vimos muchas veces, hasta haciendo cola en los cines, como sólo haríamos mucho más tarde, con otros taquillazos de mucha más enjundia.
Felicidades, en cualquier caso. Muy agradecido.
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