Mi amigo Antonio es tan peculiar como cualquier otro de mis amigos. Como yo mismo, quizá. O sea, un tanto raro. A las tardanzas de unos, las cogorzas con agua mineral de otro, la negativa a comer cualquier cosa que esté fría de algún tercero, mi amigo Antonio odiaba, aborrecía profundamente el pollo.
Oigan, que yo en eso no me meto. A mí hay cientos de comidas que no me gustan. Hay quien no puede ver ni en pintura el queso (y mira que hay tipos de quesos), y quien desconoce la maravilla que es meterle el diente a una gamba. Allá cada uno con lo suyo.
Antonio, tan peculiar como cualquiera de nosotros, no comía jamás pollo. Le daba asquito el bicho, al hombre. Lo cual quiere decir que cuando íbamos de comilona (y en aquellos años ir de comilona era ir de comilona prácticamente cada semana), él nunca pedía pollo.
Una noche fuimos todos al restaurante de postín gaditano por excelencia. O sea, a El Faro, donde en aquellos tiempos, porque éramos más jóvenes, no teníamos obligaciones familiares, ni alguno de nosotros tenía la cabeza puesta a precio, éramos clientes habituales cada dos o tres semanas, ya les digo.
Empezamos a pedir. Lo de costumbre: que si el paté de cabracho, que si el ceviche, que si las tortillitas de camarones, que si los langostinos... Todo para compartir. Y al pedir el plato principal, cada uno lo suyo. En El Faro, normalmente, todos pedimos siempre pescado, que para algo estamos donde estamos.
Mi amigo Antonio, más peculiar aquella noche que de costumbre, pidió un muslo de pato a la no-se-qué. O sea, uno de esos platos que tardas más en pedirlo que en comerlo.
Nos fueron sirviendo la comida: para mí el pargo, para ti la ventresca, para el otro el mero. Y cuando le plantan a mi amigo Antonio su plato, antes de decirle el sempiterno "Tenga usted cuidado con el plato, que está caliente", el camarero de frac suelta la frase célebre:
--¿El pollito para quién era?
Antonio pestañeó dos veces por detrás de sus gafitas de John Lennon, se le quedó la boca así como ladeada, se aflojó el nudo de la corbata (me he olvidado decir que se da cierto aire a Jack Lemmon), y dijo:
--¿Pollo? No, no. Yo lo que he pedido es pato.
Y el camarero, sin arredrarse, mientras le colocaba el plato delante, le contesta:
--El pato, eso es. Aquí lo tiene el caballero.
El caballero, o sea, mi amigo Antonio, se quedó helado allí delante del plato caliente. Un silencio de dibujo animado se extendió alrededor de lo redondo de la mesa. Todos nos quedamos mirando el pato.
--Esto no parece pato --pestañeó de nuevo mi amigo Antonio.
--No, hombre, no. Ya te ha dicho que se ha confundido. Es pato.
--Parece pollo.
--Ya ha dicho que es pato.
--A ver, trae que lo pruebe.
Y probamos todos y cada uno un trocito. Para tranquilizar a Antonio y sus fobias.
Todos y cada uno dimos nuestro veredicto unánime:
--Cómetelo tranquilo, picha, que es pato.
Y haciendo de tripas corazón, convencidísimo, Antonio se comió el pollo.
Comentarios (18)
Categorías: Aqui unos amigos