Todo está inventado, y comprobado está que la risa es el mejor remedio contra la melancolía. Melancolía de ayer, lo saben ustedes, tristeza fugaz de unos momentos. El verano que se termina, la libertad que se apura, el calor que alterna con los cosquilleos del frío, y la llamada telefónica de José Luis: Es el último día de actuación, que vengas a vernos.
Ya conocen ustedes a José Luis, de otras entradas. Mi niño que hoy es hombre y que se dedica, con dos cojones y otros tres o cuatro inconscientes (su alma gemela Alfonso Naranjo, Monano, Javi) al teatro.
Teatro de calle y chanza. Plauto y Moliere, Marcel Marceaux, Tricicle, todo lo que han descubierto por su cuenta, porque dudo mucho que conocieran a todos estos monstruos cuando empezaron hace ya, cómo duelen, veintitrés años.
Andan desde hace un tiempo animando el cotarro cultural de esta ciudad nuestra de fantasmas de pasados gloriosos y espectros de futuros inciertos, haciendo ese teatro directo y sencillo que arranca la risa con una ceja levantada, con un comentario improvisado y una chanza inofensiva.
Y daba gloria verlos, allí a todos ellos, trajeados de aquella manera y representando la situación de Cádiz en mayo de 1808, simultaneando escenas y papeles, haciendo de Solano (¡uuuuuh!) o del general Morla, y poniendo desfilar a los voluntarios forzosos que éramos el público por un barrio del Pópulo que todavía no parece haberse acostumbrado a ellos y que, a poco que alguien se ponga, puede convertirse algún día en el Berlín gaditano, tranquilo, elegante y discreto.
Asistimos a la proclama de Solano (¡uuuuuh!), a su ejecución y escarnio público, nos subimos metafóricamente a las cañoneras de pega que se enfrentaron a la flota francesa de Rosilly y, aunque no las teníamos todas con nosotros, nos sentimos satisfechos por haber vencido la batalla con dos cañones de mampostería y una cadena hecha con barcos viejos y pelos de la ducha. Y asistimos, desde una Torre de Tavira travestida en camerino del Pay-Pay, a las decisiones del alto mando, al cruce de señales y de cartas entre aguerridos gaditas y pérfidos franceses.
Unas risas, una lección de historia grande contada con la letra pequeña del humor. Y yo allí, viendo a mis hijos de hace treinta años, como Miliki, admirados por mis hijos de verdad, sintiendo ese tonto orgullo de padre.
Un éxito, los chavales de Animarte. Ya tardamos en darles un presupuesto decente y dejarles el Falla para ellos solos, aunque sea una sola tarde.
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