Yo creía que iba a librarme, pero veo que no. Acabo de terminar la novela juvenil que he estado escribiendo este verano (un teen noir que no sé muy bien dónde colocar y que probablemente reposará años en mi disco duro), y pensaba que no se iba a apoderar de mí esa extraña sensación de melancolía que me acompaña siempre que termino uno de estos proyectos.
El equivalente, imagino, a la depresión post-parto. Pero está aquí, un agujero en el corazón y la cabeza que pronto habrá que cubrir con otras necesidades de contar otras cosas. El adiós a unos personajes que poco a poco se han ido ganando su hueco en las páginas electrónicas y se han convertido en mucho más de lo que eran la primera vez que asomaron a la historia. El adiós a esa misma historia que no ha tenido forma y argumento hasta muy tarde.
Porque, verán, esta novela que acabo de escribir es verdad. Está basada en la verdad. Igual que Detective sin licencia era un sumatorio de anécdotas reales a las que di forma hace un puñado de años, la historia de Thomas y el mobtel tiene su arranque real: todas las vivencias que el amigo de Josele, amiguete y lector y colaborador de esta bitácora, ha ido acumulando en sus años de exilio en la pérfida Albión. Sus risas, sus frustraciones, sus anhelos y la gente pintoresca y patibularia con la que se ha ido topando en estos últimos años, contadas de viva voz entre hace dos navidades y la barbacoa del año pasado, me pusieron en la pista de un nuevo libro. Un libro juvenil, claro, por probar algo nuevo. Un libro donde la gracia está, otra vez, en dar forma novelada (es decir, con argumento) a las sabrosas anécdotas que nos contaba.
Lo curioso es que, leídas por él a medida que las iba redactando, estas páginas han tocado de oído muchas veces, supliendo con imaginación cosas que luego el amigo de Josele ha reconocido como iguales a las que fueron... y que no me había contado en su día. Imagino que la vida y el arte se parecen.
Lo curioso es que las dos anécdotas principales que me llevaron a intentar retratar sus aventuras en forma de libro al final no han tenido cabida en la historia. Demasiado inverosímiles, siendo reales. La vida y el arte al final no se parecen tanto. Se repelen.
Aquí me tienen, pues, misión cumplida y bla bla bla, veintintantos días antes del plazo que yo mismo me había impuesto. Melancolía inevitable la que me acaricia ahora la oreja, pero melancolía agradable.
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