Habrán visto ustedes que Crisei ha estado en estado criogénico durante una semana y pico, quitando la actualización del martes con el artículo de La Voz del lunes pasado. Y habrán deducido el motivo, claro: ni más ni menos que la ración anual de Semana Negra en vena.
Y qué semana. Once días desde que salí de casa hasta que, a mediodía, he vuelto. La primera vez que me trago la Semana Negra de principio a (casi) fin. Demasiados estímulos, demasiados cariños y sensaciones, demasiadas admiraciones, demasiadas charlas, demasiadas risas para ser capaz todavía de sintetizarlas, de extrapolarlas a eso que se configura a partir de ahora mismo.
Desde el jueves en Madrid, con la reunión de casi todos en el Hotel Chamartín, la recepción en la Casa de Asturias, la cena con el grande, grandísimo y querido César Mallorquí (al que he visto sólo dos veces en la vida pero sé que es uno de mis amigos más íntimos), al Tren Negro donde actuamos Jose Joaquín Rodríguez, Juanma Barranquero, Daniel Mares (a quien no tenía el placer de conocer y que es, también, un amigo de toda la vida sin que yo lo supiera) como entretenedores-humoristas de todo el vagón de no fumadores durante las muchísimas horas de trayecto.
Y en Gijón, el encuentro con el nuevo recinto de la Semana Negra, más cercano a nuestros hoteles, diferente al de todos los años. Un pequeño shock, al principio. Luego, nos ha ido gustando mucho y hemos comprobado que todos los actos y presentaciones han contado con más asistentes que nunca.
La espicha de la Asturcón con muchísima gente disfrazada de los personajes de George R.R. Martin, y el propio Martin paseando su inmensa humanidad de piloto de barco del Missisippi con ese brillo tongue-in-cheek de quien es consciente de que está viendo los cimientos de su propia iglesia. El disfraz impresionante de Javi Cuevas. La capa multiusos de Rodolfo Martínez.
Las charlas con Elia Barceló, tan querida de todos y tan imprescindible. Los encuentros con José Manuel Fajardo, con nuestro cada día más querido y más admirado (por lo sencillo, por lo cercano, por lo gran escritor) Alfonso Mateo Sagasta. La ilusión de Claudio Cerdán. Las carantoñas a la perra Audrey y la expansividad de Miguel Cane. La serena majestuosidad de Germán Robles, el vampiro mexicano. Las risas de Marina Taibo y sus fotografías tan deslumbrantes. Los cariños de Paloma Taibo, que es un poco la madre de todos en la Semana Negra. El lujo de conversar con Jose Carlos Somoza y compartir aficiones lovecraftianas en el único sitito donde se estaba al fresco en una tarde bochornosa. La preocupación por que la pequeñina de Victor Conde y Ruth no pillara frío. La mariscada de lujo con los Martin y Scott Bakker a la que tan generosamente nos invitó Alejo Cuervo. La eficacia de Cristina Macía, Jorge Iván, Mauricio, Rocío, Julián, Rafa, y tantos otros. Las carcajadas a reventar con Vladimir Hernández, de quien tardamos ya en hacer una sitcom. Las no menos interesantes risas con Javi Negrete y Marimar (Javi, por cierto, se llevó el premio Celsius con "Alejandro y las águilas de Roma", y hasta lo vi nervioso y todo). Los abrazos sentidos con Lorenzo Díaz y Toni Guiral. Un gintonic con Carlos Giménez y un par de conversaciones sobre Hitchcok.
Por encima de todo, las palabras siempre mágicas de Paco Taibo.
Y los libros. Tantos libros regalados. Tantos libros vendidos. Tantos libros hermosos con olor a libro y con olor a mar y a churros.
No les nombro a Juanmi Aguilera, claro. Sería como nombrarme a mí mismo.
La cuenta atrás para la XXII Semana Negra empieza hoy mismo.
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